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Comprendo que, por tu estado, has de intentar ciertas cosas... Mira, no es posible que discutamos, porque no nos entenderemos; pero te haré una reflexión, nada más que una. Me parecería disculpable que hubieses tratado de que fueran a misa, hasta de que se confesasen; pero, chico, lo que sucede es horrible. ¿Es o no es verdad que mi padre está hoy aquí peor que en un hospital? ¿Qué culpa tengo?

Entre él y mi tío había una completa y absoluta compenetración de ideas, de sentimientos y de propósitos, que no podía haber tratándose de , enteramente extraño a la tierra y sus costumbres, por nacimiento, por educación y por hábitos adquiridos en otro mundo tan distinto de aquél. ¿Cómo no se le ocurría esto a Neluco, ya que tan disculpable era en la inexperiencia de otras muchas personas el que no se les alcanzara?

Hay orgullos muy singulares. El que Melchor fundaba en su pipa era disculpable, porque la pipa iba pareciéndose al ébano más puro y reluciente, y el artista, después de arrojar sobre ella, distribuyéndolos bien, chorros de espeso humo, la frotaba con el pañuelo, y se miraba después en aquel espejo de azabache... Cuando concluía de fumar, guardaba la pipa en el estuche y se iba a la cama, de donde no salía hasta la una del siguiente día.

Aldea, con animada frase, decía que la madre es disculpable muchas veces, y los hijos inocentes siempre. Con sencillas razones, sin artificio ni esfuerzo, demostraba que la severidad en las costumbres no debe ser rayana en la crueldad, y que, como más consolador, debía preferirse el perdón al desdén con que suelen mirarse en el mundo faltas que tienen mucho de desgracias.

¡Ah, ! dijo suspirando la condesa. ¿Pero supongo que no cederéis á la tentación? Necesario es que yo me acuerde de lo que soy y de donde vengo, para no echarlo todo á rodar: ¡escribirme á esta carta! Y la condesa estrujó entre sus pequeñas manos la carta que la había devuelto la camarera mayor. ¡Y si este hombre estuviese enamorado de , sería disculpable! pero lo hace por venganza.

, dijo el rey, á quien parecían atragantársele las palabras, según se le enredaban las letras y aun las sílabas ; doña Clara, en efecto, vale mucho... ha podido suceder que personas ilustres hayan tenido... puede ser que... hayan caído en una tentación disculpable... porque... puede... ... pero en fin... ¿y qué prenda era la que don Rodrigo suponía haber recibido de doña Clara? añadió el rey, saliendo bruscamente del discurso en que se había embrollado, porque le acusaba la conciencia.

En cuanto a las mujeres, no les reconocía el derecho de adulterio en circunstancias normales, porque parecía feo y porque la mujer es otra cosa; pero en caso de infidelidad conyugal descubierta, ya era distinto; también había el derecho de represalia, y lo mismo podía decirse por analogía, cuando el esposo era tan bruto que daba a la esposa trato de cuerda... «Si Bonis me pegase como yo le pego a él, se la pegaba». Esto era evidente. «Y si él me la pega... si de seguro me la pega...». Aquí Emma vacilaba y recurría al tercer caso de infidelidad femenina disculpable. «Si me la pegase, yo le engañaría también... si alguien me inspirase una gran pasión». Aunque los extravíos morales de Emma nada tenían que ver con el romanticismo literario, decadente, de su época y pueblo, porque ella era original por su temperamento y no leía apenas versos y novelas, algunas frases y preocupaciones de sus convecinos se le habían contagiado, y esta idea vaga y pérfida de la gran pasión que todo lo santifica, era una de esas pestes.

¿Y para qué necesita saber derecho romano si es marqués? replicó con audacia irritante la joven. La disputa prosiguió con acritud por ambas partes, sobre todo por la de Tristán. Sin embargo, Escudero hizo callar a su hija, porque después de lo que Tristán había revelado era disculpable su cólera. Al entrar de nuevo Tristán en su cuarto después del almuerzo, encontró allí a su amigo García.

Sobre esta última, sin duda la más importante, casi se puede sostener que nada se ha escrito, ó por lo menos nada que exceda de los límites de un reducido compendio. Bouterweck, en su historia de la poesía y de la elocuencia, libro de mucho mérito, discurre sobre este punto con notable ligereza, disculpable, en verdad, atendiendo á los escasos materiales de que disponía.

Pero, si atendidas estas breves consideraciones, es el orgullo del talento disculpable, porque es el único modo que tiene el literato de cobrarse el premio de su afán, no por eso autoriza a nadie a ser en sociedad ridículo, y éste es el extremo por donde peca don Timoteo.