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Pero, señorita Marcelina, no se mate así porfió Julián . Son figuraciones, señorita, figuraciones. Ella le tomó las manos entre las suyas, que ardían. Dígale usted a mi marido que la eche, Julián. ¡Por amor de Dios y su madre santísima! El contacto de aquellas palmas febriles, la súplica, turbaron al capellán de un modo inexplicable, y sin reflexionar exclamó: ¡Tantas veces se lo he dicho!

Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con estremos de oro; yo me holgara que fuera de perlas orientales, pero quien te da el hueso, no te querría ver muerta: tiempo vendrá en que nos conozcamos y nos comuniquemos, y Dios sabe lo que será. Encomiéndeme a Sanchica, su hija, y dígale de mi parte que se apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lo piense.

La gente está en el bosque. Dígale usted a la gente que me río de ella respondió Fernanda con gesto furioso que hizo sonreír al muchacho. ¿ no conoces la casa? añadió bajando la voz y dirigiéndose a D. Santos. Pues voy a enseñártela toda. Verás. Subieron la mohosa y estropeada escalera. Fernanda, sin cerrar boca, fue recorriendo todas las habitaciones del caserón y mostrándolas al indiano.

Intentó retirarse de la ventana por miedo á los «jejenes» y otros insectos sanguinarios que, atraídos por las apetitosas carnes, empezaron á zumbar en torno á sus hombros, obligándola á repelerlos con incesantes manotazos mientras hablaba. Si ve á Watson, dígale que le he estado esperando todo el día. Con esto del duelo es imposible hablarle... Hasta mañana, y pase usted una noche tranquila.

«Al pobre Maxi dijo , le da ahora por llorar... No cesa de preguntarme si ha venido usted... Francamente, no qué responderle». Dígale usted que me he muerto replicó Fortunata. Y positivamente sería lo mejor... ¿Ha arreglado usted ya sus baúles? Me falta poco... Mire, mire... no me llevo nada que no sea mío. ¿Y sus alhajas? preguntó la viuda que custodiaba en su casa las de más valor.

D. Félix se estremeció, echó una rápida mirada de angustia al retrato de su hija y después de una pausa dijo con voz insegura: No puedo... Dígale usted que no puedo recibirla ahora... Que venga otro día. El ama de gobierno retiró su cabeza y bajó para trasmitir la nada grata respuesta. El capitán siguió midiendo el salón tristemente.

Yo siempre empeñada en llevarla a casa, y ella excusándose. Cuando usted la vea, dígale que la quiero mucho; que la estimo en todo lo que vale; y que hace mal en no corresponder a mi cariñosa amistad. Usted hace de ella muchos elogios, y ella no escasea las alabanzas. Entonces la señora preguntó con inoportuna curiosidad: ¿Esa joven es de la familia de usted?

Al pasar ó detenerse el tren que nos trasportaba, estallaba en cada uno de esos numerosos grupos de paisanos un hurrah! borrascoso, por via de saludo, y no faltaban quienes, queriendo sazonar algun chiste del vecino, exclamaban por este estilo: Eh, señor maquinista! digale U. á Su Majestad que se priesa! Bah, gaznápiro! quién te ha dicho que Su Majestad corre como el chorro de tu molino?

El hombre, por el contrario, el hombre habla y escucha; el hombre cree, y no así como quiera, sino que cree todo. ¡Qué índole! El hombre cree en la mujer, cree en la opinión, cree en la felicidad... ¡Qué yo en lo que cree el hombre! Hasta en la verdad cree. Dígale usted que tiene talento. ¡Cierto! exclama en su interior. Dígale usted que es el primer ser del universo.

Hablé con la señora... y a la enferma; yo creo que va muy de alivio porque estaba en la sala, sentadita en un sillón. Me pareció muy alegre. ¿No se ofrece nada? Dígale usted al amo que ya vine.... ¡Estoy hecho un pato!