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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Dos sentimientos diversos se barajaban en su alma, sobreponiéndose el uno al otro alternativamente. Como adoraba a su marido, sentíase orgullosa de que este hubiese despreciado a otra para tomarla a ella. Este orgullo es primordial, y existirá siempre aun en los seres más perfectos.

El Príncipe, que había olvidado y hasta despreciado a su amiga por correr tras de los placeres, podía haberse sentido inclinado a pagarse de esta presuntuosa compasión: para mejor gozar de su propia dicha, había ido sin duda a contemplar el espectáculo de la infelicidad que él mismo había ocasionado, a consolar hipócritamente a su víctima.

Yo misma hubiera puesto gustosa el puñal en su mano; pero, le conozco, ¡infeliz! hubiera llorado como un niño; yo le hubiera muerto de pena, en vez de recibir el merecido castigo; él, con mansedumbre evangélica, me hubiera perdonado, y mi duro pecho y mi diabólico orgullo, lejos de agradecer el perdón, hubieran despreciado más aún al hombre que me le otorgaba.

Tarareaba con aire distraído, agitado perpetuamente por su nerviosa movilidad. Preguntaba con alarma si habían tocado ya a coro, asustado por las amenazas de multa a causa de su retraso. Gabriel sentíase atraído por este artista eclesiástico que vegetaba despreciado en las últimas capas de la Iglesia, pensando más en la música que en el dogma.

Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban á estas miradas con guiños, que equivalían á frases amorosas, evitando el ser vistas por las ceñudas matronas sentadas á su lado. Este espectáculo frívolo, que un día antes habría sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora con honda sensación de ternura.

Malo era el fanatismo, pero el capital era peor. No había en los barrios bajos un elemento de activa propaganda contra las sotanas. El Magistral era allí más despreciado que aborrecido.

Cuando siente Delaberge tales añoranzas pregúntase si no ha despreciado estúpidamente el todo por la nada, y entonces llena su mente y le obsesiona la idea del matrimonio. Se mira al espejo, se dice que es joven todavía y murmura como Juan de Lafontaine: «¿Ha pasado ya para el tiempo del amorPero ni aun durante estas crisis de tristeza le abandona del todo su habitual egoísmo.

Yo no era el que menos se acongojaba con esta contrariedad, aunque sabía el casamiento de Inés. ¿Qué significaba aquel generoso sentimiento mío? ¿Era pura bondad, era puro interés por la vida del semejante, aunque fuese enemigo, o era un sentimiento mixto de benevolencia y orgullo, en virtud del cual yo, convencido de que Inés no amaba sino a , quería proporcionarme el gozo de ver a D. Diego despreciado por ella?

Don Rodrigo, el pretendiente despreciado por Inés, intenta vengarse de su rival; en una corrida de toros sálvale Don Alfonso la vida; pero este sentimiento de gratitud, que le debe en remuneración de su servicio, acrece aún más su ira; espíalo, pues, y saliendo de su emboscada, lo tiende muerto á sus pies.

Has opuesto tu veto á esa felicidad. Bien se conoce que nunca has sabido lo que era amar. Clementina levantó la frente, sus ojos brillaron, un ligero rubor acudió á su cara, y dijo con voz entrecortada: ¡ sabes muy bien que lo que dices es falso! ; he amado, y demasiado exclusivamente, á un hombre que me ha despreciado ... ¡! He amado! Bien puedo confesártelo ahora que soy vieja.

Palabra del Dia

aprietes

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