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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Este poema obscuro, estrambótico y repugnante, fue despreciado en su cuna, y yo le trato hoy como le tratáron en su patria sus coetáneos. Por lo demas, yo digo mi dictámen sin curarme de si los demas piensan como yo.
El Magistral mordía yerbas largas y ásperas y meditaba con una sonrisa amarga entre los labios. «¡Ironías de la suerte! El fruto que se ofrecía, que le caía en la boca, allí... despreciado... y el imposible codiciado... cuanto más imposible, más codiciado.... Sin embargo, para que fuese menos ridícula su situación en el Vivero, le parecía muy oportuno poner por obra lo que meditaba.
Estoy satisfecho de vos por lo tocante á esa dama: pero os mandé además que diéseis una encomienda de Santiago á vuestro sobrino... Es que mi sobrino, no es mi sobrino... Sí, sí; ya sé que es hijo bastardo del duque de Osuna; pero esto no impide que le hayáis dado de mi parte la encomienda que os dí para él. ¡Inútil! ¿por qué? ¿hubiera despreciado don Juan un favor del rey hecho por mi medio?
En los países de una cultura atrasada, se advierte un fenómeno, que, conforme nos vamos civilizando y puliendo un poco más, mengua, ya que no desaparece del todo. Es este fenómeno la deshonra, el descrédito, la vehemente sospecha, y aun el horror que rodea al que es pobre, el cual es aborrecido, cuando no es despreciado.
¡La calumniadora eres tú!... ¡Tú, bribona! ¡Bribona!... ¿Porque te ha despreciado le acusas, infame? ¿No temes que se abra la tierra y te trague?... En aquel momento un hujier la cogió por un brazo y la empujó brutalmente hacia la puerta.
Acabada la ceremonia queda el Rey en compañía de sus cuatro consejeros, entre los cuales se cuentan el conde Lozano y Diego Láinez, y les participa haber elegido al último para ayo del Príncipe; el conde Lozano se cree entonces despreciado; echa en cara con amargos sarcasmos á Diego Láinez su vejez y debilidad; disputa con él violentamente, y al fin le da un bofetón.
Más valiera que á la cara no me hubiérais echado vuestra hermosura y al alma vuestro amor, que tan caros me han salido. ¡Qué mentir tan villano! ¿Hermosa llamáis á quien habéis despreciado? ¿Llamáis amor á una burla infame? ¡Y después de haberme ofendido de una manera tan odiosa, os burláis aún! ¡He hecho bien en castigaros! Ved que castigándome os castigáis. ¡Yo!
De aquí, de esta espantosa disyuntiva entre ser despreciado o amenazado de muerte, nació aquella sentencia de los moralistas, que hoy en los países cultos nos parece tan necia y tan absurda, de que lo que había que desear era una medianía de fortuna, a fin de vivir feliz y tranquilo, ni envidioso ni envidiado.
Se acusaba al Magistral, a lo que podía entender, de vicios tan torpes, de tan miserables delitos, que lo grosero de la calumnia la hacía de puro inverosímil inofensiva casi. La Regenta había despreciado y hasta olvidado aquellos rumores que llegaban de tarde en tarde a sus oídos.
Curaos de vuestro daño, y así ninguno que esté próximo a vosotros se contaminará de él.... Os amonesto por tercera vez, y os amonestaré la cuarta y la quinta, porque yo, que he despreciado tantas veces la muerte, ¿qué caso puedo hacer de vuestra resistencia? Nazaria, vuelve en ti, oye mis consejos. Citando tu corazón de un grito, corre a la iglesia, no te detengas. Me hallarás en mi confesionario.
Palabra del Dia
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