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Esos jóvenes, ayunos de espiritualidad, de cultura, de ilustración, sin inquietudes intelectuales, de voluntad desmayada, abúlicos, son, en una misma pieza, tumba y ciprés. Ya ves, pues, que en lo moral se parecen tanto o más que en su forma externa. La única diferencia consiste en que unos son cipreses plantados y los otros semovientes. Pero hablemos de otra cosa: ¿bailaste mucho?

¡Joven, buen mozo y de buen porte! dijo Salomé disponiendo su cuerpo para el tercer paroxismo. ¡Joven, buen mozo y de buen porte! exclamó Paz en el colmo de la indignación. ¿Es esto creíble? ¡Qué circunstancias tan agravantes! ¡No siga usted, por Dios! dijo Salomé ya medio desmayada. No siga usted, que mi sobrina es muy impresionable y no puede oír ciertas cosas. Estamos acostumbradas....

La joven cayó casi desmayada sobre el pecho de la viuda; lágrimas de ternura indecible rodaron por sus mejillas; acarició a la madre, la besó y luego le dijo ligero: ¿Y también tengo padre, verdad? Madre, madre mía, ¿dónde está? ¡Ay! tu buen padre ya no existe. Toma, hija mía, aquí tienes su retrato. Y le entregó a su hija su relicario de oro.

Descubierta tenía ya S. A. la bien torneada pierna, había estirado ya la blanca media de seda, y se preparaba a sujetarla con la liga que tenía en la mano, cuando oyó un ruido de alas, y vio venir hacia ella el pájaro verde, que le arrebató la liga en el ebúrneo pico y desapareció al punto. La Princesa dio un grito y cayó desmayada. Acudieron los pretendientes y su padre.

Acudieron las personas caritativas que al enterramiento habían venido a una fuente que en el cementerio había, y trajeron agua, y para rociar con ella el semblante a la desmayada se lo descubrieron, y entonces apareció la más peregrina hermosura que podía imaginarse; pero flaca, como si largo tiempo hubiese sido maltratada por la dura e impía mano de la miseria, y tan pálida, que no parecía sino otro cuerpo difunto al que hubiese de darse sepultura.

Una herida... Oiga usted, mujerzuela, ahora mismo va usted a la cárcel... ¡Eh!, llamar a una pareja. La Fenelón estaba como desmayada, y sus alumnas le desabrocharon el vestido para aflojarle el corsé.

Y aquello no era amor, que resplandeciente y soberana, sin dejar lugar a otros amores, su alma llenaba la divina imagen de doña Guiomar; ni era compasión tampoco, por más que de ella estuviese lleno lo que por la desmayada hermosura sentía; y en fin, no podía explicarse aquella nueva pasión, tan no conocida de él, que de él se apoderaba.

Mi falta es grande... No merezco más que la muerte, y pido a Dios que me la conceda esta noche misma, para que ni un día más soporte la vergüenza y el deshonor que han caído sobre . ¡Señora madre mía, adiós! ¡Hermana mía, adiós! ¡No quiero vivir! No dijo más y cayó desmayada en el pavimento.

Y en la sala de la torre, silenciosa, hundida en las tinieblas, sonó por largo tiempo un ruido de sollozos y besos comprimidos. Al cabo, un cuerpo humano, el cuerpo de la señorita de Elorza, privado de sentido, rodó pesadamente por el suelo. Genoveva, al entrar con luz, después de un rato, todavía la halló desmayada, con los ojos abiertos e inmóviles, reflejando en su rostro una celestial alegría.

Azoraba todo esto a Currita, pareciéndole indicio cierto de conjura sospechosa, y al mismo tiempo que procuraba sostener y animar la desmayada conversación de sus comensales, prestaba oído atento a lo que por fuera del comedor pasaba... Sucedía de ordinario los viernes que, aun antes de terminarse la comida, poblaban ya los salones gran número de tertulianos que se apoderaban de las mesas de tresillo y de billar y formaban grupos y corrillos llenos de la alborotada animación, que duraba siempre hasta muy entrada la madrugada... Nada se oía aquella noche, y cada vez más inquieta Currita procuraba alargar la comida, agotando todos los recursos de su ingenio e intercalando entre plato y plato historietas que equivalían a las más picantes salsas, con el fin de dar tiempo a la llegada de la gente y evitar que los comensales recibiesen la mala impresión de encontrar los salones desiertos.