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Actualizado: 30 de junio de 2025


Quedó con aquella vista tan consumida de fuerzas y desmayada, que parecía habérsele descuadernado todos los miembros.

No pudo más doña Luz. Exhaló un ¡ay! agudo y cayó desmayada en el suelo. El padre siguió inmóvil como estaba antes. Don Anselmo, D. Acisclo y Ramón acudieron en seguida. ¡Qué disparate! dijo don Anselmo . ¿Cómo hemos dejado aquí sola a esta señora? Esta señora es muy vehemente, y no conviene que esté aquí. Además, el enfermo necesita soledad.

La luz ya podía espaciarse libremente sobre su llanura húmeda corriendo leguas y leguas en un segundo, lanzando sus llamaradas a los últimos confines del horizonte o recogiéndolas de pronto en haz resplandeciente; ya podía jugar sobre las crestas espumosas de sus olas o besar tímidamente el espejo diáfano de las aguas o salpicarlo con menudo polvo de plata o dejarse caer desmayada con lánguido y voluptuoso estremecimiento que se perdía entre los pliegues de las olas.

La quinta, en donde habita Don Juan, es presa de las llamas; Serafina, sin sentido, es salvada por su esposo, confiándola á la guarda de Don Alvaro, á quien no conoce; aléjase después para socorrer á otro, que se halla en peligro, mientras que Don Alvaro, en cuyos brazos se encuentra entonces su amada de un modo tan impensado, cede entonces por esta circunstancia al ímpetu irresistible de su amor, vencido en apariencia, puesto que la tentación es demasiado fuerte: se lleva consigo á Serafina, siempre desmayada; sube en su buque, y se hace á la vela con su víctima.

Al andar, movíanse sus faldas con desmayada soltura, como si dentro de ellas sólo existiese aire, y al sentarse, la tela marcaba ángulos duros sin la más tenue redondez. El trabajo, la fatiga bestial, habían paralizado el desarrollo de la gracia femenina. Sólo algunas delataban bajo su envoltura los encantos del sexo; pero eran muy pocas.

La Falcón acababa de caer desmayada, después de haber saltado Nourrit por la ventana; el cuarto acto de Los Hugonotes concluía en medio de ruidosos aplausos, y el notario prosiguió su relato en esta forma: Arturo permaneció seis meses en Burdeos haciendo pesquisas, preguntando a todo el mundo por la señora Bonnivet, de la que nadie supo darle noticia alguna.

Un día notó Julián en Nucha algo más serio aún: no ya expresión de melancolía, sino hondo decaimiento físico y moral. Sus ojos se hallaban encendidos y abultados, como de haber llorado mucho tiempo seguido; su voz era desmayada y fatigosa; sus labios estaban resecos, tostados por la calentura y el insomnio.

Al oir esta voz y estas palabras, alzó con trémula mano su velo la dama, mitó á Zadig, dió un grito de temura, de asombro y de alborozo, y rindiéndose á los diversos afectos que de consuno embatian su alma, cayó desmayada en sus brazos.

Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces.... Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro. Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

La tenía apoyada en su pecho, una mano entre las suyas; floja, desmayada, sin voluntad, incapaz de resistencia, y, sin embargo, no sentía el ardor brutal de aquella mañana, no osaba moverse por el temor de parecer audaz y bárbaro.

Palabra del Dia

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