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Actualizado: 31 de mayo de 2025
»Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio en darla, y, cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse, o desataba la lengua para decir alguna verdad o desengaño que en mi provecho redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: ''Sí quiero''; y lo mesmo dijo don Fernando; y, dándole el anillo, quedaron en disoluble nudo ligados.
Entonces la desmayada esperanza de algún buen suceso estaba lejos de los pechos de mis pescadores; pero cobrando aliento en las muestras alegres con que vieron recebirme, les hizo brotar por los ojos el contento y por las bocas las gracias que dieron a Dios del no esperado beneficio: que ya le contaban, no por beneficio, sino por singular y conocida merced.
En este instante se presenta un desconocido, mira á la desmayada y se inclina sobre ella con la expresión del interés más vivo; Serafina abre los ojos, y después de gritar ¡Alvaro! cae otra vez en tierra desmayada. En efecto, la noticia de la muerte de su amante era falsa, porque encontró medio de salvar su vida del naufragio.
Llegó el desposado a abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Resta ahora decir cuál quedé yo viendo, en el sí que había oído, burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda: imposibilitado de cobrar en algún tiempo el bien que en aquel instante había perdido.
-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada-; calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza. -Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, ¿cuál es el corazón que no llora?
Resuenan entonces voces angustiosas detrás de la escena; Abraham se apresura á prestar auxilio al desdichado, que pide ayuda, y encuentra á Lucrecia desmayada, habiéndose extraviado en su peregrinación y precipitádose desde una peña.
Con voz flaca y lánguida, pidió que la desembarazaran del abrigo, pues se moría de calor; Susana dió satisfacción seguidamente a su deseo, desató los lazos de la capota, que la ahorcaban, y aflojó el corsé, requisito indispensable cada vez que la señora volvía de la calle. Ella daba suspiritos de alivio, la cabeza desmayada sobre el respaldo del sillón, los ojos cerrados voluptuosamente.
La escandalosa de mesana, como si obedeciese a su voz, cayó. La barca siguió acercándose cada vez con más pausa. El viento no conseguía henchir las velas bajas: la cangreja pendía del palo lacia y desmayada como un vestido de baile usado. Pronto quedaron aferradas aquéllas y arriada ésta, y el barco comenzó a caminar con sosiego desesperante remolcado por los dos botes.
Pues ¿cómo están allí? preguntó Nieves gozándose en el bochorno de Leto. Porque se le estaban cayendo a usted del pecho cuando la tendimos desmayada sobre el banco... y le dije yo a Cornias, después de recogerlas con mucho cuidado, que las guardara..., por si preguntaba usted por ellas. Muchas gracias, Leto, aunque ya no me sirven. Puede usted tirarlas, si le parece.
Cuando hubo terminado la declaración, el juez le dijo: Señora, no se asuste usted. Me veo en la precisión de dejarla a usted detenida. La infeliz mujer, al escuchar estas palabras, cayó desmayada. Después vertió un torrente de lágrimas y protestó con tan sentidas palabras de su inocencia que logró conmover a los que presenciaban la escena. Se la trasladó a la cárcel de mujeres.
Palabra del Dia
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