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¡Buena venta nos Dios! Por lo visto el demonio no da más que para butifarra, y esa poca y pasada. La sonrisa con que Carola subrayó esta frase fue un modelo de canallesco desgarro. Don Quintín, para desarmarla, quiso darle un beso; pero ella le apartó de un codazo, gritando: No estoy de humor, agüelo; esta tarde no quiero babas. ¡Carola!

Salió al fin Morsamor de aquel piélago de tristes meditaciones en que se había engolfado. El sol, que se alzaba sobre los montes, desgarró los velos de niebla que los envolvían. Morsamor vio entonces el promontorio que estaba cerca y hacia donde dirigía el rumbo su nave. En seguida reconoció que eran los cerros de Cintra, cubiertos de feraz y lozana verdura.

De cuando en cuando, entre el grupo de los hombres y el de las mujeres se cruzaban palabras libres, gestos desvergonzados, un tiroteo de chistes convencionales, que sorprenden la primera vez y aburren en seguida. Particularmente, Concha la Carbonera respondía con una viveza y desgarro que me infundían repulsión. El hastío me hizo acercarme al guitarrista y trabar conversación con él.

Clementina ofrecía en sus modales y discursos, en esta edad, y la ofreció siempre después, cierta tendencia al flamenquismo, o sea a las formas desenvueltas, a la serenidad burlona, al desgarro especial de las chulas de Madrid. Semejante tendencia se hallará más o menos exagerada en toda la alta sociedad madrileña. Es un signo que la caracteriza y la distingue de la de otros países.

Una carta para usted, señorita; de Granville. ¡Al fin! Liette desgarró el sobre con mano temblorosa. La carta era de Blanca y no contenía más que estas líneas: «Doy a usted, mi querida amiga, la primera noticia de un secreto que es una pena y también una dicha. Mi madre no es mi madre, y, sin embargo, me ha dicho muy bajito que yo podría aún ser su hija.

D. Bernardo dejó a su sobrino arrimado a la mesa de escribir y comenzó a pasear silenciosamente y con las manos atrás; sopló con fuerza tres o cuatro veces, desgarró otras tantas, y dijo al fin parándose un instante: Miguel, tienes uso de razón, ¿no es cierto? Miguel le miró, abriendo mucho los ojos, sin contestar.

Un vocerío en la calle, un clamor áspero y bronco, que hizo retemblar las vidrieras, desgarró su visión. ¿Qué es esto? exclamaron algunos. Ramiro, que se hallaba próximo a una de las ventanas, se puso en pie, abrió las maderas y miró. Un grupo de villanos avanzaba hacia el solar cruzando la plazuela.

Siendo muy niño, había dado muerte, con una navaja, al hijo de un alguacil. Después de cuatro años de cárcel, como sus padres quisieran colocarle en una tienda de platero, se desgarró para siempre. Su repugnancia por todo oficio mecánico y un exceso de voluntad errabunda le arrojaron por el camino soldadesco.

Que no tienen por gusto el ahogarse, Discreta gente al parecer en esto, Pero valioles poco el esforzarse. Que el padre de las aguas echó el resto De su rigor, mostrandose en su carro Con rostro airado y ademan funesto. Quatro delfines, cada qual bizarro, Con cuerdas hechas de tegidas obas Le tiraban con furia y con desgarro.

Acometió de improviso la desarmada muchedumbre, alanceó, mató, desgarró las mal heridas victimas bajo los pies de sus caballos, mandó clavar vivos en las orillas del rio á trescientos prisioneros. No estuvo contento aun: los fugitivos se habian retirado al arrabal: entregó por tres dias el arrabal á merced de sus soldados.