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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Nadie se dio por entendido de aquel nombre que resonó secamente en medio de un silencio absoluto y resuelto. Magdalena aparentó no haber oído; Julia ni siquiera pestañeó; Oliverio calló; el señor D'Orsel tomó la tarjeta y la desgarró sin decir palabra. En cuanto a mí, el más interesado en precisar los más insignificantes detalles de aquel viaje, ¿qué le diré a usted?
A los pocos pasos se desgarró la atmósfera en ondas tumultuosas. Los dos vacilaron sobre los pies, mientras zumbaban sus oídos y creían sentir en la nuca la impresión de un golpe. Se les ocurrió al mismo tiempo que ya habían empezado á tirar los alemanes. Pero eran los suyos los que tiraban. Una vedija de humo surgió del bosque, á una docena de metros, disolviéndose instantáneamente.
Admirome aquella tranquilidad, aquella familiaridad, aquella sonrisa, aquel no sé qué seductor, incitante que emana de ella. Sin duda Amparo había tomado su partido aceptando por entero el sacrificio. Este pensamiento me desgarró el alma. Sin embargo me mantuve firme. Yo también soy feliz la dije yo necesitaba el afecto desinteresado, noble y puro de una hermana, y le tengo en ti.
No hubo truenos, ni combates entre las nubes, ni el mar se desgarró. De improviso, una gran tinta cenicienta cerró el horizonte por todos lados; nos vimos envueltos en aquel fúnebre sudario, sin quedar por eso completamente á obscuras, y descubriendo un mar aplomado y blanquizco, aborrecible y desolador por su monotonía furiosa, sin entonar más que una nota.
¡Ah! de mi patria saludó el bautismo Cuando subiendo al rango de Nacion, Sobre su frente el oleo del civismo Dios derramó cual sacra bendicion. Mas hoy llora, cual llora por los muertos, Porque no tiene pueblo soberano, Y es el despojo de feroz tirano La que en sus puños desgarró un leon!
¡Cómo me río ahora, al copiar estas páginas, de mis romanticismos de entonces! ¡Cómo me burlo de aquellos raptos amorosos, de aquellos éxtasis quijotescos! Pero ¡ay! no lo hago impunemente; que me hiero en el pecho, me desgarro el corazón como si me arrastrara yo sobre él un haz de espinas. Y sin embargo, aquello era una locura, un delirio de loco.
En el momento mismo en que creía aferrar la prueba tan ardientemente deseada, acababa de anonadarla una vez más el convencimiento de su impotencia. ¡Su hija, su pobre hija, iba a ser encerrada en una casa de locos, perdería en ella la razón, y sin duda alguna moriría! Esta certidumbre le desgarró el corazón, apagó el último fervor de su esperanza y abatió la fuerza de espíritu que aún le quedaba.
Palabra del Dia
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