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¡Ya salen «a hacer» señoras! decía el Tato en su argot canallesco . ¡Brrum! ¡Paso a don Juan Tenorio...! Cuando ya no salían más canónigos, el perrero hablaba a su tío del cardenal. Está estos días dado a los demonios. En palacio no hay quien le aguante. La dichosa fístula le trae loco. Pero ¿es verdad que tiene esa dolencia? preguntó Gabriel. ¡Anda! Todo el mundo lo sabe.

Un hombre muy alto, encaramado sobre unos zancos que le ponían al nivel de los segundos pisos, recogía propinas de los balcones, tocando el clarinete y haciendo piruetas; la multitud reía en torno, contemplando las contorsiones del volatinero, y algunos grotescos mascarones chapaleteaban sobre el fango, dando vueltas vertiginosas al compás del vals canallesco.

Era el encanto del pecado, el sabor agridulce de lo prohibido, el perfume canallesco, que entraba como una ráfaga de vendaval en el aburrimiento de su vida, volcando todas las preocupaciones y los escrúpulos. Sánchez Morueta, al considerarse culpable, se sentía más hombre. El remordimiento era una manifestación de vida que le sacaba del letargo de su existencia.

Lo seguro es que lo sepa su mujer y lo mate de un sofocónSiguió muy cavilosa andando hacia su calle, y poco antes de llegar, como quien acaba de adoptar una resolución, entró en una lonja de ultramarinos, donde compró un pliego de papel y un sobre. «Es lo mejor pensaba , una marimorena espantosa, y se acabóSu plan era canallesco, pero terrible y de seguro resultado.

¡Buena venta nos Dios! Por lo visto el demonio no da más que para butifarra, y esa poca y pasada. La sonrisa con que Carola subrayó esta frase fue un modelo de canallesco desgarro. Don Quintín, para desarmarla, quiso darle un beso; pero ella le apartó de un codazo, gritando: No estoy de humor, agüelo; esta tarde no quiero babas. ¡Carola!

El recuerdo de Elena suele inquietarme frecuentemente, y la veo, en la transparencia de la evocación, con el hechizo de sus ojos garzos y de su cabellera magdalénica. Y en el ritornello de la vida pasada surge un episodio canallesco: la memoria punzante y angustiosa de una noche en que uno de estos pintorescos rufianes madrileños golpeó brutalmente el pecho hundido y flácido de la desventurada.

Aquí, donde me ves, estoy en camino de hacer fortuna, por haberme encontrado hace seis meses a un viejo y canallesco nigromante, a un tipo astuto, a un hombre extraordinario... ¡al profesor Bálsamo...! BEAUVALLON. ¡Calla...! ¡Yo conozco ese nombre...!