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Actualizado: 26 de junio de 2025
Esto es, por otra parte, lo que me ha impedido hasta ahora engañar a mi marido, porque en amor hay que pagar al contado. ¿Qué pensaría el que me adora si me viera tal como soy...? ¡Huiría de mí, después de una hora de embriaguez, y no le vería más...! ¡Me causa horror pensarlo...! ¡Deme usted un año de juventud...! Mire... ¡Deme usted solamente seis meses...! ¡Tenga yo durante seis meses el rostro y el cuerpo que tuve antiguamente...! ¿Y después, Dios mío...? ¡Después... me resignaré...!
Cierto que el hombre es un ser débil, insuficiente, que apenas puede soportar ocho comidas diarias; pero la indigestión no proviene de comer mucho, sino de comer mal... Déme usted un cocinero de primera fuerza, de raza, d'élans, y yo le garantizo salud eterna... ¡Oh, bien lo entendía el príncipe Orloff con su ojo tuerto y su brazo manco!... Yo le he visto en París elegir cocinero en público concurso; acudieron diez a su palacio de la embajada rusa: yo fui del jurado, y probamos, antes de fallar, ciento cuarenta platos . ¡Ah!, no, no, Martínez; no es el comer mucho, lo que trae la indigestión... Mi santa madre lo decía: Tripa llena, alaba a Dios.
Los pobres franceses no dicen: deme usted una limosna por Dios; pero dicen y hacen cosas que producen idénticos resultados. Un ciego, una ciega, un manco, un tullido, va por la calle en una máquina ó sobre un animal: canta, ó refiere una historia, ó reza, ó toca un violin, un organillo ó unas chirimías, y el transeunte le socorre.
Usted es hombre capaz de grandeza: esta es su ocasión. ¿Le prestaría a un negociante $5000 y no a su Cuba? Deme una razón más de tener orgullo de ser cubano». Y de la carta a Izaguirre este es el final: «¿Me lastimará usted mi fe? ¿Y en vano habré salido su fiador?
Déme usted el talón y las llaves para que registren. ¿Cómo? ¿El recibo dice usted y las llaves? ¡Si todo lo llevaba consigo Miranda! No tengo nada de eso. En tal caso, está usted sin equipaje. Tendrá que quedarse aquí hasta que su marido de usted lo recoja. Lucía miró a Artegui, el rostro un tanto compungido, y casi instantáneamente soltó la risa. ¡Sin equipaje! repitió.
¿Puedo entrar? dijo de suerte que no lo oyó más que ella y el cuello de la camisa. Sí; muy despacito... ¡cuidado con hacer ruido!... Aguarde; déjeme cerrar la puerta... Va a tropezar con algo. Deme usted la mano; yo le llevaré hasta el escaño. Quedaron efectivamente en completas tinieblas. Rosa hablaba en falsete, tan bajito que sus palabras salían de la boca como levísimo soplo.
Se habrá ido a su cuarto, se dijo, y bajó tristemente la escalera para restituirse a la tertulia; pero al cruzar por delante de la puerta del estanquillo que estaba a oscuras, se le ocurrió meter la cabeza dentro y decir: Maximina. ¿Qué? contestó una voz apagada. ¡Oh, picarilla! ¿está V. aquí? Y se introdujo en la tienda. ¿Dónde está V.? Aquí. Deme V. la mano. ¿Para qué, para besarla?
De ese ganso de Juan de Dios, que estuvo aquí el otro día, y poniéndose de rodillas delante de mí, me dijo: «¡Déme usted a Inés, porque me muero sin ella! ¡Démela usted hoy y máteme mañana!» Fué una comedia, Gabriel, y aunque nos reímos mucho, al fin nos cansó tanto, que tuvimos que echarle a palos de la escribanía.
Nos sentamos en un sofá al concluir la pieza que habíamos bailado, y como yo tratara de guardar cierta distancia respetuosa, dejándose caer sobre el respaldo del asiento, e inclinando la cabeza graciosamente, me dijo: ¿Por qué tan lejos? Acérquese usted más... tome mi abanico, deme aire, me sofoco...
Está Ana imprudente dijo Juan con su voz de caricia : ¿cómo no tiene miedo a este aire del crepúsculo? ¡Pero si es ya el mío natural, Juan querido! Vamos, Pedro: deme el brazo. Pero pronto, Pedro, que esta es la hora en que los aromas suben de las flores, y si no la haces presa, se nos escapa. ¡Este Juan bueno! ¿No es verdad, Juan, que Lucía es una loca?
Palabra del Dia
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