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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Yo me tengo por hombre de recursos, pero me reconozco enteramente incapaz de dar á usted doscientos mil francos de rentas ó de quitárselos á la señorita Laroque. Entonces, señor, déme un consejo. Tengo más confianza en usted, que en mí mismo, pues conozco que el infortunio expuesto siempre á la sospecha, ha podido irritarme hasta el exceso las susceptibilidades de mi honor. Hable.
...¡Cretino!... ¡Imbécil!... repetía Melchor contemplando a las dos muchachas que se alejaban llevadas por el hermano, en el carro bajo y ancho del colono. ¡Rufino, deme un vaso de cerveza; de la que está en el balde! No bebas más, Melchor... Déjate de pavadas, Lorenzo; tengo sed. Toma limonada. ¡Pero qué afán de darme consejos!... ¡Caramba!... Deme la cerveza, Rufino.
Su señor padre, el duque de La Tour de Embleuse, que me honra con su amistad... ¿Usted conoce a mi padre, señora? interrumpió vivamente Germana . ¿Hace poco que lo ha visto usted? Hace ocho días. Permítame, pues, que la bese. ¡Mi pobre padre! ¿Cómo está? Nos escribe rara vez. Deme noticias de mi madre. La señora Chermidy se mordió los labios.
Sabrás que una vez se cayó un avariento en un río. Un paisano que vio se le llevaba la corriente, alargó el brazo y le gritó: «Deme la mano.» ¡Qué había de dar!, ¡dar!, antes de dar nada, dejó que se le llevase la corriente. Fue su suerte que le arrastró el agua cerca de un pescador, que le dijo: «Hombre, tome usted esta mano.» Conforme se trató de tomar, estuvo mi hombre muy pronto, y se salvó.
Sobre todo, córteme largos los tallos... Deme esos narcisos... No, no, esas flores, ésas no lo son... Aquellas otras, blancas con el corazón anaranjado... ¿Cómo no conoce usted el narciso de los poetas?... No parece usted muy fuerte en la botánica de jardín, señor forestal. Y ambos se reían. Delaberge se complacía en esa labor florida que compartía con la amable mujer.
Este arrojó el arma y se acercó a Alberto, quien a su vez acercose a Felipe, el cual aún conservaba la pistola descargada en la mano. ¡Diantre, señor de Auvray, deme usted pronto esa arma! exclamó el procurador. Existe una ley contra los desafíos.
Amigo, hágame el favor de traer pluma y papel... Espere; deme la medicina, esos polvos amarillos... ¿cuáles?, no sé... Pero deje, deje, que me tiene que escribir una carta. Ninguno, ¿ya para qué?... Ándese pronto, que me voy... que me muero. ¡Que se muere! Vamos... no bromee usted. Don Plácido, si no me sirve para esto, llamaré a otra persona.
Deme usted una envidia tan grande como una montaña, y le doy a usted una reputación más grande que el mundo... Adiós; me voy al Congreso. ¿No sabe usted que se han sublevado los maceros?... Abur, abur». El médico hace a su compañero la expresiva seña de no tiene remedio, y pasa adelante.
Vaya, vaya, no se me ponga regañón y coma con garbo... si es que sabe... que estoy viendo que no... Pero ¡criatura! ¿Qué hace usted ahí echando bocados a ese trozo de mero sin quitarle las espinas?... ¿No ve usted que se le puede clavar una en la garganta?... Deme usted acá y se la arrebató al mismo tiempo de las manos.
Palabra del Dia
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