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Actualizado: 26 de junio de 2025
Pero, amigo Portas dijo Jacintito furioso, yo no le debo a usted nada. ¿Duda usted que he de pagarle? Con el interés que quiera, déme usted cincuenta mil pesos, a treinta días. ¡Diez centavos que me pidiera, no se los daría a usted! Y se largó. ¡Chúpate esa!
Estaba usted sola al balcón cosiendo, y recuerdo que la dije temblando de miedo: «Señorita, mi padre tiene hambre; déme usted una limosna, por Dios». Me miró usted con mucha sorpresa, y me dijo: «Aguarda un instante». Al poco tiempo bajó usted á la calle, se enteró de lo que pasaba, y me dió una peseta, diciéndome: «Anda, ve á comprar pan, y corre á llevárselo». No había necesidad de advertírmelo.
Dilatábase su boca buscando aire, a pesar de que todas las ventanas estaban abiertas y los ventiladores giraban vertiginosamente. «¡Qué calor!...» El ansia de frescura la hacía vaciar la copa que tenía delante, ligeramente empañada por el vino helado. Sonreía mirando a Fernando con unos ojos acariciadores, que éste creía ver por vez primera. Déme osté una sigarreta.
Y apartó su mirada del rostro de Pedro, enjugándose una furtiva lágrima. ¡Déme su mano, señora! díjole el marqués. La vizcondesa accedió a su ruego, y él entonces, sin añadir una palabra, besó delicadamente la mano de aquélla.
Sé que hacía mal, pues no debo odiar ni despreciar a nadie... Pero sufría mucho para ser buena. Luciana volvió a darme las gracias y a besarme, pero sus caricias me eran odiosas. ¡Oh! señor cura, regáñeme usted, si quiere; muéstreme mi deber; pero, sobre todo, consuéleme. Usted, que sabe el bien y el mal de mi vida y de mi alma, deme valor y un poco de su piedad. Máximo a su hermano.
Al señor Villa le abro yo, porque es un caballero muy fino que hace cariñitos a las porteras... Vamos, deme usted una palmadita en la cara, como hace usted con Carmen. La criadita de los ojos negros escapó ruborizada. El comandante se enfadó o aparentó enfadarse.
Ahí no hay adelantos: ahí no hay nada. A mí déme usted la Inglaterra... Ojalá nos hubiesen descubierto los ingleses. Yo estoy por la sivilisasión, ¿sabe, amigo?... Mucha sivilisasión. Maltrana sonrió, al mismo tiempo que lo mostraba a su amigo. Ese que habla es Pérez... Pérez de no sé qué republiquita de las que dan cara al Pacífico.
No hay mujer que valga lo que una buena amistad... Es una simpleza reñir por esa loquilla, que no sabe ciertamente lo que quiere... Venga esa mano, Ojeda. Y si no quiere darme la mano, déme dos puntapiés: es lo mismo. Lo importante es que volvamos a ser lo que éramos antes.
Pero Barbarita, con aquella seguridad del talento superior que en un punto inicia y ejecuta las resoluciones salvadoras, se encaró con Juanito, y de buenas a primeras le dijo: «Mañana mismo nos vamos a Plencia». Y al decirlo se fijó en la cara que puso. Lo primero que expresó el Delfín fue alegría. Después se quedó pensativo. «Pero deme usted dos o tres días. Tengo que arreglar varios asuntos...».
Protegido por sus sombras salí á todo escape, y, á la luz de las estrellas, divisé mi borrico, que comía allí tranquilamente, atado á una encina. Montéme en él, y no he parado hasta llegar aquí... Por consiguiente, señor, déme V. los mil reales, y yo daré las señas de Parrón, el cual se ha quedado con mis tres duros y medio.
Palabra del Dia
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