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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Al ver a Gallardo rompiendo con su caballo las filas de la multitud, entre sombreros tremolantes y manos tendidas, la dama extremó su sonrisa. Venga usted aquí, Cid Campeador. Deme usted la mano. Y de nuevo se estrecharon sus diestras con un apretón que duró largo rato. Por la noche, en casa del matador, fue comentado este suceso, del que se hablaba en toda la ciudad.
»Había en su acento tanta lealtad y franqueza, que el Conde, no pudiendo contener su emoción, le tendió espontáneamente la mano, diciéndole: »Soy yo, señor, a quien debe culparse de todo lo pasado. Deme su mano... y su amistad, porque en adelante puede usted contar con la mía. »Desde este día, Carlos frecuentaba nuestra casa.
Me ofreció una mano lánguida y me dijo: Buenos días, hija mía; siéntese un instante y deme noticias de su padre. ¿Está mejor? ¿Vendrá a comer esta tarde? Dígale usted que quiero absolutamente verlo... Necesito su filosofía para restaurar la mía, que está muy decaída... Tengo contrariedades que me asesinan. ¿Ha visto usted mi retrato?
Avendaño, que oyó esto, dijo: No se fatigue, señor huésped: déme el libro de la cuenta; que los días que hubiere de estar aquí, yo la tendré tan buena en dar la cebada y paja que pidieren, que no eche menos al mozo que dice que se le ha ido. En verdad que os lo agradezca, mancebo respondió el huésped , porque yo no puedo atender a esto; que tengo otras muchas cosas a que acudir fuera de casa.
El huésped, que me vio reír y le vio, preguntóme que si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio. Llegóse luego al güésped, y díjole: -Señor, déme dos asadores para dos o tres ángulos, que al momento se los volveré. ¡Jesús! -dijo el huésped-, déme V. Md. acá los ángulos, que mi mujer los asará; aunque aves son que no las he oído nombrar.
Nunca he dicho que su amabilidad me disgustase... ¡Si realmente no fuera un importuno, qué feliz sería! Veamos, deme usted alguna esperanza, autoríceme, por ejemplo, a decirle cosas tiernas, a seguirla a todas partes, a ocuparme de usted constantemente. ¡Ah, qué programa! Es asustador para mí, que no sé jugar ni con mis sentimientos, ni con mis palabras.
Cálmese, don Melchor; no hable así; estos señores son mozos bien... ¿quiere que los hable?... ¡Quiero que se vayan cuanto antes! Y que me dejen en paz... ¡que se vayan a hablar mal de mí, a otra parte! repuso Melchor gritando como para ser oído por todos y entró a su cuarto diciendo en voz alta: ¡Ramona!... Deme un mate, que no he almorzado nada. Don Lorenzo, el coche está ya...
Lo envuelvo en un periódico, y ¡hala, que es tarde! Y toda esta fruta, ¿para qué la quiere? Pues apenas ha traído manzanas y naranjas... Deme acá... las pongo en mi pañuelo... Vas a ir cargada como un burro. No importa... ¡A lo que estamos, tuerta!
Oiga, chino Quiroga, dijo algo distraido: me encargo de cobrar lo que le deben los oficiales y marineros, déme usted sus recibos. Quiroga volvió á gimotear: no le daban nunca recibos. Cuando vengan á pedirle dinero, envíemelos siempre á mí; yo le quiero á usted salvar.
Déme los asadores, que no los quiero sino para esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo lo que ha ganado en su vida." En fin, los asadores estaban ocupados, y hubimos de tomar dos cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo.
Palabra del Dia
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