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Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.

La desigualdad del terreno sobre que está sentada la capital lusitana, y el poco interes que se han tomado por su nivelacion posible, hacen que el que la visita y estudia se canse y fatigue al recorrer sus tortuosas calles, en cuesta la mayor parte.

Así, aun cuando haya de sufrir algun tanto el habla castellana, y el lector se fatigue un poco en descifrar enigmas, tendrá una idea del fondo y de la forma del sistema; lo cual no se lograria, si queriendo extractarle, le despojásemos de su extravagante originalidad, que si cabe, resalta todavía mas en la forma que en el fondo.

Querer tomarme a por la fuerza, ¡a ! la mujer inexpugnable cuando no quiero, por quien se han muerto los hombres, sin poder conseguir ni un beso en la mano. Márchese usted mañana, Rafael. Seremos amigos... Pero por si hemos de volver a vernos no olvide usted lo que le digo. Acabemos de una vez con todas estas tonterías. No se fatigue; yo no puedo ser suya.

Avendaño, que oyó esto, dijo: No se fatigue, señor huésped: déme el libro de la cuenta; que los días que hubiere de estar aquí, yo la tendré tan buena en dar la cebada y paja que pidieren, que no eche menos al mozo que dice que se le ha ido. En verdad que os lo agradezca, mancebo respondió el huésped , porque yo no puedo atender a esto; que tengo otras muchas cosas a que acudir fuera de casa.

Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas.

sabes que no quiere que se fatigue, ¡ni que te fatigues tampoco! La señora suspiró... El señor parecía preocupado por la obstinación de Lita. Pues Lita no era caprichosa. Le gustaba contradecir a veces; pero era dócil y reposada como una viejita de cien años. Como su capricho de tejer era una cosa rara, el padre ordenó a miss Mary que llamase al médico por teléfono.

Su lenguaje, harto cínico, no dejaba de tener gracia; su escepticismo despreciativo salpicaba con picantes especias la conversación. Tenerlo siempre al lado sería aburridísimo, porque no hay nada que fatigue tanto como los hombres predispuestos a burlarse de todo; pero de cuando en cuando sus murmuraciones, removiendo las heces que todos tenemos en el alma, despertaban la alegría.

»Y discurrí, y fatigué la enardecida máquina de mis ideas..., todo para la pobre víctima de mis enormes faltas: yo, su verdugo, no tenía derecho ni a disculparme para moverla a que me las perdonara. ¡Pero era tan estrecho el círculo en que se revolvían mis pensamientos por la naturaleza misma de las cosas meditadas!, ¡había un enlace tan íntimo entre lo que era irremediable y lo que podía tener algún remedio!