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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
En varias ocasiones ha buscado su mirada y casi solicitado su aprobación; y la deliciosa Francisca, encantadora de ingenuidad y de modestia, sonreía, decía algunas palabras sin incorrecciones, se callaba y bajaba los ojos... Hasta he notado que le sale muy bien ese juego de miradas... Qué milagrosa conversión... No he podido menos de hacérselo observar: Dime, Francisca, ¿se trata de una apuesta?
El conde de Trevia en sus actitudes y maneras tiene más de gato que de mujer. La condesa está sentada á su lado y es mujer que seguramente no llega á los treinta años, pequeñita, de mejillas frescas y sonrosadas, ojos pardos rasgados, cabellos de un castaño claro, con una boca deliciosa provista de pequeños y blancos dientes. Una mujer sana y hermosa.
El murmullo de los pequeños torrentes, el rugido lejano de las ondas y el estremecimiento de los álamos, movidos por el viento, se armonizan con una dulzura indefinible y llevan al alma una languidez y una turbación deliciosa que se quisiera prolongar.
Experimentó una turbación deliciosa al poner la planta en aquel recinto. El olor acre y penetrante de la selva, cargado de emanaciones balsámicas, producto del sudor de los árboles y la tierra, le embriagó dulcemente. La infinita diversidad de luces y sombras que bailaban sin cesar, el contraste de los varios matices del verde, desde el negro profundo hasta el dorado, le ofuscaron.
Aquí se reúnen los vecinos más distinguidos, y entre ellos se encuentran M. Blondel, el abate Bourdon y el comendador Folin; cada uno de estos ancianos cuenta a porfía instructivas anécdotas. Llevamos una vida deliciosa; el tiempo es precioso y paseamos mucho; durante las veladas, se cuentan historias.
El linaje humano, constituido en sociedad, puede adelantar tanto en el camino de la perfección que casi ó sin casi no necesite gobierno. En la meta de su carrera triunfante coloco yo, en mis sueños dorados, una pacífica y deliciosa anarquía.
El rayo de sol la daba de lleno en el rostro, y, en medio de toda la vejez, de la descomposición, de la muerte que le rodeaba, Ramiro vio una cosa hechicera, deliciosa, toda vida, toda juventud, toda sangre, que palpitaba bajo su ansia. Era la boca, aquella boca roja de Beatriz, que el demonio carnal la había enseñado a salivar brevemente, y a ensanchar y contraer, de inquietante manera.
Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!
Y si debo declarar la verdad entera, me parecía que la monja escuchaba los galanteos sin gran horror. La idea despertó en mí una sensación extraña en que el placer se mezclaba con el susto. Fue una sensación viva, un estremecimiento voluptuoso junto con la sorpresa, el temor, el remordimiento, que me puso inmediatamente inquieto; pero con una inquietud suave, deliciosa.
Cuando salía de mi clase estaba como embriagado con una deliciosa embriaguez. ¡Cómo me despreciaba en seguida, Dios mío...! Muchas veces estuve a punto de correr aquí para rogarle que me librara de esta tarea, de la que era indigno. Fuí cobarde y continué. Soy el mal sacerdote de la religión académica. ¡Eso es, señora...!
Palabra del Dia
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