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Actualizado: 9 de junio de 2025


Pero María Teresa no la escuchaba ya. Sentada delante del fuego, amodorrada por la fatiga y por el calor que le daba la chimenea, le parecía oír distintamente dos voces en su interior: la una acariciadora, inspirada en las mismas ideas de Diana, que la incitaba a alegrarse de la asiduidad de Huberto; la otra, evocando consideraciones de un orden diferente, dominadora, imperiosa, le aconsejaba que esperase antes de decidirse.

Dolorcitas parecía decidirse por ; pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía que iba a casarse con el hijo del marqués de Vernay, un señor de Jerez, no muy rico, pero de familia aristocrática. Le escribí a Dolorcitas y le hablé varias veces por la reja. Ella negaba que fuera a casarse y aseguraba que no torcerían su voluntad. Sin embargo, los indicios de la boda eran ciertos.

Cuando le era forzoso ir a alguna visita, la casa en que debía entrar imponíale miedo, aun vista por fuera, y estaba dando vueltas por la calle antes de decidirse a penetrar en ella. Temía encontrar a alguien que le mirara con malicia, y pensaba lo que había de decir, aconteciendo las más de las veces que no decía nada.

Usted ha denunciado a las dos personas que estaban en la casa en el momento de la muerte; pero ¿contra cuál de las dos hay que dirigir las sospechas y las averiguaciones? ¡Ya sería hora de decidirse! ¿Es el Príncipe el culpable? ¿Y por qué habría muerto éste a la infeliz? ¿Por celos?

El no la conoce, no la ha visto nunca; ama a otra y abriga una esperanza bien triste para nosotros al decidirse a colocar una esposa legítima entre su amante y él. Pero cuanto mayor sea su interés en esperar el día de la viudez, más creerá de su deber el retrasarlo.

Hízola sentar Butrón junto a , al lado de la marquesa; y ella, con los claros ojos fijos en el gran duque Alejo, que, sombreado por una telaraña, tenía delante, comenzó a lamentarse, con frases muy pulcras, del entripado de Fernandito... Casi, casi había estado a punto de no venir, por miedo de dejarlo solo; pero las noticias que le había dado Butrón eran tan graves, tan lisonjeras, que acabó al fin por decidirse.

En este bosque hay un gigante de veinte pies de alto, que se almuerza un buey entero, y cuando tiene sed al mediodía se bebe un melonar. Figúrate qué hermoso criado no hará ese gigante con un sombrero de tres picos, una casaca galoneada, con charreteras de oro, y una alabarda de quince pies. Ese es el regalo que te pide mi hija antes de decidirse a casarse contigo.

Los pocos que se emancipan han de estar sobre las armas, dando y recibiendo golpes. ¡Y vienes con esa pachorra inglesa hablándome de libertad y de respeto á todas las creencias!... Eso puede ser en otros países; podrá ser aquí, cuando exista esa España nueva, cuyo nacimiento se aguarda hace cerca de un siglo, que saca la cabeza y luego se oculta, sin decidirse á salir por completo de las entrañas de la Historia.

Pero M. Bernier le respondía de vez en cuando, con imperturbable calma: Permitidme que os corte un trozo de piel del brazo, y os reconstruiré la nariz. M. L'Ambert pareció decidirse un instante.

Cierto que Luz estuvo en el escondrijo dos años más de lo justo; cierto que el momento de decidirse la madre ocurrió en aquella crisis de su edad y después de un hartazgo de desórdenes que bien pudiera tomarse por el hartazgo de Marta; cierto es igualmente que en estas coincidencias hay base sobrada, tomando las cosas en su primer aspecto, para la suposición de las gentes; pero es la pura verdad también lo que yo afirmo con el testimonio de la marquesa misma, y a esta opinión hay que atenerse.

Palabra del Dia

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