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Pero, querido amigo, eso es muy grave... puede usted encontrar en su oposición un obstáculo invencible. Puede proporcionarme la oposición de mi tía una grave contrariedad, mas suscitarme un obstáculo invencible, no, porque desde el momento que he dado cerca de usted este paso es que estoy decidido a todo.

Berulle me dijo veinticinco millones... y Berulle está muy al corriente de las cosas de América. ¡Veinticinco millones! ¡Un buen bocado para Romanelli! ¡Cómo! ¿Romanelli? Se corre que se casa con ella, que ya está decidido el matrimonio. Matrimonio decidido, sea; pero con Montessan, no con Romanelli... ¡Ah, al fin principia el baile! Cesaron de hablar.

Efectivamente, tengo esa desgracia. Lo mismo me pasa con las flores: la rosa y el clavel, las más cursilonas de la jardinería, son las que más me gustan. Pero no soy el único. Antes que yo el doctor Fausto fue decidido partidario de las cursis y por ellas vendió su alma al diablo.

Conocía él un rinconcito feliz, un verdadero pedacito del cielo, donde se gozaban anticipadamente las delicias que Dios tiene reservadas a sus siervas. El rinconcito era un convento de Carmelitas que acababa de fundarse en las afueras de la villa, y del cual era el teniente grande y decidido protector.

Don Fadrique, con ánimo decidido, con verdadero denuedo, se dirigió á la puerta señalada, entró, y la volvió á cerrar. No bien desapareció D. Fadrique, llegó la criada. ¡Hola! dijo el P. Jacinto. ¿Está Doña Blanca sola? , padre. ¿No entra su merced á verla? No; más tarde. Déjala tranquila. No entres ahora, que estará ocupada en sus negocios. No la distraigamos. ¿Está Clarita en su cuarto?

Tales son mis principales deseos, y creyendo puedo en algun modo contribuir ilustrando la opinion de cuantos no sepan lo que son nuestras Filipinas, me he decidido á coordinar algunos apuntes y notas que en ratos de ocio redacté en otros dias sobre reformas útiles que pueden y deben hacerse en Filipinas para el logro de objetos tan interesantes, como son procurar su fomento y prosperidad.

Pongo en tensión todos mis nervios hasta que se me ocurre una cosa más fina, y entonces me asalta un pensamiento terrible. ¿Entenderá esto mi admirador? me pregunto . ¿No resultarán estas consideraciones demasiado sutiles para un pueblo de pocos vecinos? Verdaderamente, el señor de la provincia de Guadalajara ha tenido una idea bien peregrina cuando se ha decidido a admirarme.

La marquesa viuda de Montefrío, prendada de las virtudes de D. Jacinto, y después de oír los consejos e informes del Padre Atanasio, su confesor, había decidido tomar a don Jacinto para yerno, casándole con su hija, la marquesita, heredada ya y señora de una renta anual de más de veinte mil ducados.

Echó á andar y dijo en tono decidido: ¿Luego es cierto que Sorege está metido en el asunto en cuestión? Pues no crean ustedes que mi carácter me consiente ilusionarme en lo que le concierne. ¿Qué mujer sería yo si pudiendo saber la verdad respecto del hombre cuyo nombre debo llevar, rehusase el conocerla? Si ha cometido una mala acción, ¿la habría cometido menos porque yo me case con él?

dijo con tono decidido ; era mi mejor amigo. Mi amigo de la infancia. Yo soy su madre. Me da gusto oírle a usted hablar así de mi pobre Sacha. Permítame usted que le hable un poco. Pomerantzev se imaginó que él era el doctor Chevirev, que escuchaba las quejas de los enfermos. Adoptando una actitud grave, atenta y suplicante, respondió con mucha cortesía: ¡Estoy a sus órdenes!