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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Triunfó, al fin, el parecer de los últimos, y el Gobierno publicó una ordenanza, cuyas cláusulas y restricciones, que copiamos á continuación, habían de observarse en las funciones teatrales. Decíase en ella: 1.º Que habían de desterrarse de la escena todo linaje de cantos y bailes indecentes. 2.º Que sólo se concedería la licencia para representar á cuatro compañías.
A fines de Abril, olvidados ya todos los temores, Manila solo se ocupaba de un acontecimiento. Era la fiesta que don Timoteo Pelaez iba á dar en las bodas de su hijo, de quien el General, gracioso y condescendiente, se prestaba á ser el padrino. Decíase que Simoun había arreglado el asunto.
En la casa del muerto, á donde habían acudido al día siguiente antiguos conocidos y amigos, se comentaba mucho un milagro. Decíase que en el momento mismo en que agonizaba, el alma de Capitan Tiago se había aparecido á las monjas, rodeada de brillante luz. Dios la salvaba, gracias á las numerosas misas que había mandado decir y á los piadosos legados.
El rico Makaraig, ante la hecatombe, se guardó muy bien de esponerse y, habiendo conseguido pasaporte á fuerza de dinero, se embarcó corriendo para Europa: decíase que S. E. el Capitan General, en su deseo de hacer el bien por el bien y cuidadoso de la comodidad de los filipinos, dificultaba la marcha á todo aquel que no probase antes materialmente que puede gastar y vivir con holgura en medio de las ciudades europeas.
¿Me darán por todo esto quinientos nacionales? decíase pensativa, más quizá, porque las caravanas son muy buenas... a Quilito le harán falta... a ver... unos... tres mil nacionales; ¡es una enormidad! me parece que no puede ser más; ¡imposible!
Decíase que aquella montaña era tan alta, que el sol se ponía en su pico tres horas más tarde que en las llanuras de su falda, y que desde su altura se alcanzaban los mismos límites de la tierra. Los marinos que navegaban al pie de la gran montaña continuaron viendo en ella á un antiguo dios, hasta el día en que empezó otro ciclo de la historia con nuevo culto y nuevas divinidades.
Y sus ojos se dirigían con mayor complacencia cada vez hacia la señora Liénard. Decíase que la viuda tenía ya sus veintisiete años, que unía a un espíritu encantador, un corazón honrado, rectitud de juicio y gran sensibilidad; que sería a la vez una excelente ama de casa y una compañera ciertamente deseable.
D.ª Marciala, más franca o más colérica, apenas quitaba los ojos de D. Narciso y D.ª Filomena, unos ojos escrutadores, inquietos, por donde pasaban de vez en cuando relámpagos de ira. En los centros de murmuración de la villa decíase que D.ª Marciala estaba enamorada del P. Narciso. Aunque esto no sea creíble, por tratarse de una señora que toda la vida se había manifestado muy circunspecta y religiosa, no hay duda que sus familiaridades con el clérigo podían dar lugar a torcidas interpretaciones entre la gente propensa a pensar mal del prójimo. Había casado ya tarde, cuando contaba más de treinta años, con D. José María, el boticario de la plaza.
En un lenguaje elevado y poético, Jacinto desbordó sus protestas de amistad y simpatía... El distinguido capitán había sido calumniado en el Tandil... Como amigo, Jacinto había tomado su defensa... Hasta hubo de batirse con un colega de La Mañana... Felizmente ya todo estaba aclarado... Y le daba su enhorabuena por su casamiento con Coca... Absorto mientras el poeta periodista hablaba, decíase para sí Pérez: «O este majadero está loco, o yo estoy loco»... Lo de su casamiento con Coca fue lo que de pronto le sacó de su mutismo...
Entre los presos hallábase cierto corregidor, de quien decíase que había sido más voraz que sanguijuela para sacar el quilo a los pueblos cuyo gobierno le estaba encomendado. La causa, entre probanzas, testigos, careos, apelaciones y demás batiborrillo de la chusma forense, llevaba trazas de dar tela para pleito durante tres generaciones por lo menos.
Palabra del Dia
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