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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Decíase que tenía una gran biblioteca y que en su juventud había hecho en Lancia ejercicios brillantísimos a una de las prebendas de la catedral, y que no se la dieron porque el obispo la tenía reservada para un sobrino. Don Restituto, herido por la injusticia se había retirado a aquel curato rural, y nunca más quiso salir de él para intentar nueva contienda.
Cierto que, a pesar de ser buenos los tiempos, adelantaba poco a causa de las prodigalidades de su mujer; pero... ¡pobrecilla! él la disculpaba, recordando su juventud monótona y aburrida al lado del tacaño padre, y además, decíase a sí mismo que alguna compensación había de merecer el resignarse a ser tendera una joven que podía aspirar a una posición más brillante.
Sintió alarmarse la prudencia del funcionario, temiendo, en el caso de que la señora Princetot viviese todavía en Val-Clavin, verse expuesto a familiaridades comprometedoras para su carácter oficial. En verdad, decíase que veintiséis años pueden producir, aun tratándose de un pueblecillo, grandes y radicalísimos cambios.
Pero las agitaciones de la Bolsa, y especialmente las ganancias, amortiguaban en él el pesar del rompimiento. Cuando a fin de mes, cobraba las «diferencias», decíase con extrañeza: «Parece imposible que nos censuren por dedicarnos a una explotación tan cierta. Pero ¡bah! ¡Quién hace caso de esa gente rancia!»
Decíase que mis consejos y mi influencia le habían hecho entrar en esta conspiración, cuyo verdadero jefe era yo. En una palabra, se me concedían los honores de la invención. Debo confesar que las cartas escritas por mí y que obraban en poder de los jueces, constituían una prueba más que suficiente en contra mía.
La gente menuda comentaba a la puerta de la sacristía el gran incidente de la fiesta. Su Eminencia no había bajado al coro ni asistiría a la procesión. Decíase que estaba enfermo; pero los de la casa sonreían recordando que en la tarde anterior había ido de paseo hasta la ermita de la Virgen de la Vega. Era que no quería ver al cabildo.
Decíase que entre las actrices las había de hermosísima voz, pero de figura más hermosa todavía y si se ha de dar crédito á murmuraciones, su amabilidad estaba por encima aun de la voz y la figura. A las siete y media de la noche ya no había billetes ni para el mismo P. Salví moribundo, y los de la entrada general formaban larguísima cola.
Palabra del Dia
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