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Pocas veces se había visto una pasión más viva, más frenética que la que esta señora sentía por su hijo. Para ella seguía siendo el mismo niño que arrullaba en la cuna, consolándose de la muerte repentina de su esposo. Decíase burlando entre los veraneantes que seguía acostándole calentándole previamente la cama y haciéndole repetir su oración al santo ángel de la guarda.

Decíase hasta hace pocos años que era éste un representante de comedias de los que a docenas trabajan en los corrales de Madrid y aun en el Alcázar Viejo: y por esta razón se le llamó El Cómico.

¿Qué estás mirando, gallega bruta? preguntole de pronto el Chucro, con colérica voz ¿Por qué no ponés salmuera al asado? Se me olvidaba... repuso ella. Voy a ponerle. Sin manifestar su atención, Peñálvez seguía mientras tanto cavando la fosa del comisario... «¡Pobre comisario! decíase.

La imaginación popular explicó entonces las diarias desapariciones por causas o fuerzas sobrenaturales. Decíase que en las islas vecinas vivía una especie de ogro insaciable.

Caía la lluvia á torrentes, la ciudad parecia suficientemente defendida contra cualquiera tentativa: no habia sobre Córdoba ejército enemigo: decíase solo que los puertos de los Montes Marianos estaban ocupados por un puñado de almogávares ... ¿Cómo pues ha podido fraguarse tan grande calamidad en tan cortos instantes en el silencio de la noche?

Decíase que esto se debía al pasteleo repugnante de Rojas Salcedo. Advirtiendo éste en las últimas elecciones municipales bastante progreso en las fuerzas de los del Camarote, se había inclinado de su lado. No hay para qué decir la tempestad de odios y amenazas que contra él se levantó por tal motivo entre los partidarios de don Rosendo. Se había entablado una lucha feroz.

Decíase también que era la única hija del barón de Morel y que mal podía poner los ojos en ella el pobre escudero, sin un puñado de plata con que pagar el caballo y las armas con que por primera vez iba á buscar nombre y fortuna en la guerra. Pero su amor por Constanza era su vida. Ninguna consideración, ningún obstáculo, podían hacerle renunciar á él. Era una hermosa tarde de otoño.

Se representaba a la orgullosa señorita de García rompiendo el sobre, leyendo, palideciendo, llorando... ¡Que pene! decíase a propia la oradora . ¡Que sufra como yo!... ¿Y qué tiene que ver?

Era Lucía Población, aquella rubia tan espiritual, amiga de su madrastra, que había casado mientras él estuvo en el colegio con el coronel Bembo, ascendido hacía poco a general. D. Pablo estaba en Filipinas en un cargo importante; decíase que había ido allá a reponer su fortuna, quebrantada por las prodigalidades de su esposa.

Decíase, y así lo dejaba comprender a sus amigos, que se había casado con una estatua, bastante agradable a la vista, pero cuya frialdad habría desanimado al mismo Pigmalión. Decía esto en términos menos honestos, tomando sus comparaciones de la historia natural con preferencia a la mitología.