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Actualizado: 10 de junio de 2025


El Padre Ministro de la Casa de Novicios de la Compañía de Jesús en Espadal era pequeñín, de rostro colorado, cabello blanco y expresión risueña. Decíase que en su juventud tuvo trato con las Musas, pero si tal fué el caso, ningún resabio de ello adivinábase en el Padre Hurtado.

Decíase que Simoun favorecía las ambiciones del chino, era partidario del consulado, y un cierto periódico chinófobo le aludía al través de muchas perífrasis, indirectas y puntos supensivos, en la célebre polémica con otro periódico partidario de la gente de coleta.

Recordó pasajes semejantes que había leído en las historias de caballería, y pensó que todo aquello debía ser el principio de algún episodio memorable, digno de ser recordado en los venideros tiempos. Si mi constelación decíase ahora a mismo no anuncia que he de morir de esta guisa, todos los ardides serán vanos. Si, por el contrario, éste ha de ser mi acabar, ¿a qué resistirme?

Sin darse cuenta de ello, Obdulia vino a hacer en aquella tarde una confesión general. Al comunicar al nuevo confesor las flaquezas de su temperamento, los movimientos pecaminosos de su alma, su vida entera le acudió a la memoria: ¡una vida bien triste por cierto! Era hija de la primera esposa que su padre había tenido: no había conocido a su madre. Su padre había casado otras dos veces, pero no habían durado mucho sus madrastras. Decíase en el pueblo que el lúbrico jorobado mataba a sus mujeres a cosquillas. Esta especie monstruosa, que halagaba la imaginación del vulgo, se la metían por el oído a Obdulia sus compañeras de colegio para hacerle rabiar. ¡Oh, cuánto había sufrido escuchándolas y observando el desprecio mezclado de terror que su padre inspiraba!

Este era el único ejemplo que en aquella época podía citarse de semejante fortuna, que, viviendo todavía Fabert, había parecido tan extraordinaria, que el vulgo atribuyó a su elevación causas sobrenaturales. Decíase que en su juventud se había ocupado de magia, y que había hecho un pacto con el diablo.

Cuando hablaba de las glorias terrenas y de nuestro breve paso mundanal, su discurso, lleno de monástica ironía, se instalaba en el ser, cual frígido narcótico, adormeciendo las ansias. Decíase que más de uno, al escuchar sus sermones, había corrido a un monasterio a pedir un sayal y una celda.

Pensaba en ella con agradecimiento, pero decíase que hubiera sido mejor no conocerla nunca, no haber abierto un libro, pasar del Hospicio al aprendizaje. Ahora sería oficial de albañil; su Feli le llevaría la cesta a la obra, como la llevaba su madre; comerían en una acera, en un paseo, sin otra aspiración que la alegría de satisfacer las necesidades del cuerpo.

Este Belarmino había sido republicano frenético y orador demagógico. Después de su ruina, se apaciguó del todo. Cuando yo iba por su cuchitril, estaba siempre con expresión seráfica, como si soñase. No le sacaca de su placidez bendita ni su mujer, que era un basilisco. Decíase en la ciudad que los Padres dominicos le habían socaliñado y convertido. Socaliñado, quizá. Convertido, quia.

Sin duda se cansaba, sentía una aversión repentina hacia él, y próximo el momento de la visita, daba orden a los criados para que no le recibiesen. ¡Vaya, se acabó el carbón! decíase el espada al retirarse . Ya no güervo más. Esta gachí no se divierte conmigo. Y cuando volvía, avergonzábase de haber creído en la posibilidad de no ver más a doña Sol.

Mas como al fin no hay mortal que esté libre de defectos, nuestro Canelo tenía algunos, aunque de poca monta, que la imparcialidad obliga á confesar. Decíase, con razón, que era un tanto caprichoso y no bastante justificado en sus antipatías.

Palabra del Dia

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