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Actualizado: 6 de julio de 2025


El pañuelo se le había desatado de la cabeza, y deshecho el peinado, sus espesas guedejas le caían sobre los hombros. «¡Qué marido este! pensaba, recogiéndose el cabello , ¡ni atar un pañuelo sabe!». Después creyó ver ojos, que en aquella profunda oscuridad la miraban. «Debo de estar soñando todavía. ¿Qué me miras ? ¿Qué dices? ¿Que estoy guapa? Ya lo creo. Más que tu mujer».

Lo cierto es que me ha proporcionado para mañana, a las diez de la noche, una cita con mi novia. La chacha me abrirá la puerta y me entrará en la casa. Ignoro a dónde se llevará a doña Juana para que no nos sorprenda. La chacha dice que yo debo descuidar, que todo lo tiene perfectamente arreglado y que no habrá el menor percance. En su habilidad y discreción pongo mi confianza.

Yo la hice: yo acepto el castigo sin protesta, para pagar todo lo que debo; pero por lo mismo que esta es la ley, me parece que la infringen los que castigan en una hija inocente, como la mía, los pecados de una madre como la suya.

Pues... el objeto que aquí me trae... Ante todo, debo decirle que yo no soy ningún aventurero. En toda la provincia de Orense es bien conocida mi familia... Mi padre es farmacéutico en Bollo y ha hecho una fortunita... vamos, que aunque no sea ninguna cosa del otro jueves, como soy hijo único, me permitirá vivir sin trabajar.

Una mujer que te gusta... una más. Y por otra parte, ¿qué puedo yo esperar de ti? ¡Nada! ¿No conoces que, aunque te quiera como te quiero, no debo hacerme ilusiones? Vamos, calla, calla. ¡Si no puede ser!

La convicción de que sólo ustedes son poseedores de sus encantos y que los demás nos morimos de envidia, debiera ser para ustedes un manantial de goces. ¿Te gusta mi mujer, eh? Pues contempla y rabia. Nada más agradable. Ahora también debo de advertirle que yo no serviría para marido. Una sola mujer me aburre pronto. La misma Carlota, a pesar de ser tan escultural, pienso que llegaría a cansarme.

Siéntate, entonces le dijo Fabrice mostrándole un ancho diván que ocupaba uno de los ángulos del taller. Sentóse Jacques junto al marqués y comenzó así su diálogo, con voz turbada: Voy a ser sin duda indiscreto... Pero, ¿debo entender que, según me has dicho, abandonas los Genets libre de todo compromiso y aun toda idea que se refiera a matrimonio? ¿He comprendido bien?... ¿Es así?

Pablillos le trajo el dinero de los genoveses, a quienes llevó los retratos con la primera lumbre del alba; pero después de referir los pormenores de la diligencia, le dijo: Debo comunicar también a vuesa merced, que, al cruzar la plazuela, topé con Pedro San Vicente, el segundón, quien parecía estarme esperando.

¡Hola! exclamó el barón. ¿Y cómo es eso, Roger? Debo confesároslo. Amo á mi señora Doña Constanza, vuestra hija, con el más puro y profundo amor.... Me sorprendes, doncel, dijo el barón frunciendo el ceño. ¡Por San Jorge! ¿sabes que es muy noble nuestra sangre y muy antiguo nuestro nombre? También lo es el mío, señor barón, y muy noble la sangre heredada de mis mayores.

ELECTRA. ¿Y nada debo temer de las dos personas que...? Ya sabe usted que se creen con autoridad... MARQU

Palabra del Dia

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