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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Inmediatamente de la muerte de mi tía, que no me llamó ni una sola vez durante su enfermedad, y a quien cuidó con abnegación Susana, me refugié en la casa parroquial.

»El mismo poderoso señor, que ya había hecho tanto por mi, cuidó de mis adelantos, y en muy poco tiempo llegué á teniente, á capitán después. Una bala me había dejado cojo é inútil, y me vine al pueblo, ya con los inválidos, y seguro de que cuando yo faltase quedaría viudedad á mi buena Genoveva. »Yo no podía olvidar, ni dejar de ser agradecido, á quien tantos beneficios me había hecho.

Llevose la mano a la cabeza y la retiró manchada de sangre. Notó que el brazo derecho le dolía horriblemente. «Vamos, vamos le dijo uno , véngase usted a la Casa de Socorro». Gatera... miserable... Vamos; ya eso se acabó... ¿En dónde tiene usted el sombrero? Maxi no dijo nada ni se cuidó del sombrero.

Son muy sucios y el pelo se lo dejan crecer sin cortarlo jamás, así es que cuando las mujeres, efecto de la edad, se abandonan en lo que al cuido personal respecta, parecen verdaderas furias. Las prendas de su uso consisten en un jabul corto que no les llega á las rodillas las mujeres, y taparrabos los hombres.

Cuando al poco rato llegaron el Administrador y su señora, supimos que ésta, madrileña de pura raza, aficionadísima, por consiguiente, á macetas, era la autora del milagro de que continuasen consagrados á Flora los dos arriates que cuidó en otro tiempo Carlos de Austria.

Vistióse sencillamente, siempre con aquel prolijo cuidado de los detalles pequeños que desprecian los talentos vulgares y tienen en mucho los privilegiados y prácticos: una modesta falda de seda negra, un abriguito de terciopelo con pieles y la mantilla recogida por completo sobre los hombros, chiffonné, con mucha gracia, cubriendo las blondas del velo parte del rostro, pero dejando ver perfectamente los rojos pelitos, contraseña suya característica, que cuidó muy bien de dejar a la vista con cálculo prudentísimo, para que en caso de oscuridad o de duda pudieran todos reconocerla.

Cuando el señorito Gabriel quedó sin mamá de pequeñito, lo cuidó con una formalidad que tenía la gracia del mundo, porque ella no era mucho mayor que él. Una madre no hiciera más. De día, de noche, siempre con el chiquillo en brazos. Le llamaba su hijo: dicen que era un sainete ver aquello. Parece que el peso del chiquillo la rindió y por eso quedó más delicada de salud que las otras.

Intenté respirar, la boca se me llenó de sangre y sentí el ruido del aire al entrar por el agujero de la herida. Tenía atravesado el pulmón. Pasé días muy malos entre la vida y la muerte. Un mes estuve en cama, y al cabo de este tiempo pude levantarme hecho una momia. Don Ciriaco, desde que supo lo ocurrido, se plantó al lado de mi cama y me cuidó como a un hijo. Hortensia vino también a verme.

Tengo cariño y agradecimiento por el doctor Muret, que me cuidó con tanto celo y bondad cuando estuve mala. Mi padre lo estima mucho, y puede una acostumbrarse a su fealdad que es interesante. Sin embargo, su aire de solemne importancia me da siempre gana de reírme en sus barbas, y esta es una mala disposición para casarse.

Fué luego a bordo, y tras brevísima información mandó colgar de las antenas a los dos cabecillas y diezmó la marinería insurrecta, fusilando diez y siete. Amat decía que la justicia debe ser como el relámpago. Amat cuidó mucho de la buena policía, limpieza y ornato de Lima.

Palabra del Dia

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