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Actualizado: 18 de junio de 2025


Por eso te decía yo que Gabrielita.... , tía, ; tiene usted razón; pero, créame usted: si algún día pienso en casarme, no consultaré más que a mi corazón. Charlé media hora en la botica de Meconio. Allí estaban los pedagogos, el P. Solís y don Crisanto. Adentro, como de costumbre, se tributaba culto a Birján.

Ahí tiene usted explicado lo efímero del imperio de Maximiliano. Luego, pasando a la cuestión religiosa, decía sereno y reposado: Amigo, amigo don Crisanto: entiendo que la Iglesia no patrocina ni monarquías ni repúblicas. Para ella, cualquiera forma de gobierno es buena... ¡cuándo es buena! Poco le importa que el jefe de un Estado se llame rey o presidente o emperador.

¡Mal, doctor! Precisamente iba yo a decirle a usted que no podemos pagarle la visita.... Don Crisanto frunció el ceño, manifestando disgusto. ¿Pagarme la visita? prorrumpió casi colérico ¿pagarme la visita? ¡Ni ésta, ni cien, ni mil más! ¡Ninguna! ¿Cuándo he cobrado yo en tu casa por mis servicios?

Velázquez se quedó un instante á la puerta con su amante y al cabo también se despidió de ella hasta el día siguiente. Estaba cansado y tenía ganas atroces de dormir. Esto dijo, al menos, al separarse: la verdad era que deseaba acudir á la graciosa cita de su antigua novia. Cuando quedó solo se fué paso entre paso á la tienda de Crisanto á esperar la hora.

Lo siento, lo siento mucho; pero, como comprenderás, no debo perder la colocación que el pobre don Crisanto me ha buscado. Con lo que gane yo en Santa Clara habrá lo necesario en esta casa para que tía Pepilla no tenga que trabajar en sus flores, ni con la chiquillería. ¡Gracias a Dios!

En aquella botica concurrían: Venegas, espíritu fuerte, liberal de la nueva echada, republicano incipiente, muy enconado contra el malaventurado ensayo imperial; Jacinto Ocaña, monarquista hasta la médula de los huesos, que siempre que hablaba de Maximiliano, se descubría respetuosamente, y que a cada instante trababa disputas con Venegas, sacando a bailar la Saratoga y el Tratado Mac-Lane; el doctor don Crisanto Sarmiento, retrógrado por los cuatro costados, que vivía suspirando por el régimen colonial, que se hacía lenguas de Revillagigedo, que de buena gana viera restablecido en México el Santo Tribunal de la Fe, y que cuando alguno hablaba de la Independencia, decía, echándola de agudo: ¡La maldita «india pendencia» que nos tiene hechos una lástima!

Que no esté sentada todo el día; que camine; que se mueva; que salga por aquí, que vaya a la salita. La inmovilidad es perjudicial; que ande, que camine hasta donde pueda. Pronto será completa la parálisis. Don Crisanto me vió tan apenado, que me puso una mano en el hombro y me dijo cariñosamente: Muchacho, no te asustes, no te acongojes.... Y, vamos, dime: ¿qué tal andamos de dinero?

El tribuno Claudio lleva á Crisanto á un templo de Hércules para ofrecerle sacrificios. El cristiano lo rehusa, siendo condenado por su negativa á sufrir los más horribles martirios; pero su cuerpo, por obra milagrosa, resiste incólume á todos los tormentos, é impresiona de tal modo á Claudio y á los soldados, que todos reciben el Bautismo.

Tiene razón Paca... Será que me voy haciendo viejoDe nuevo vagó por las calles á paso lento, bañando su frente en el frescor de la noche. Hacía ya tiempo que no se sintiera tan tranquilo y dueño de mismo. Antes de retirarse á casa quiso dar una vuelta por la tienda de Crisanto. Al llegar á las inmediaciones, en la calle de San Francisco, oyó voces desentonadas, ruido de disputa.

Los demás recalaron todos á la tienda de Crisanto, en la calle de Pedro Conde, levantaron al montañés que ya se había acostado, é introduciéndose por la puerta falsa del portal, invadieron ruidosamente el establecimiento. Y ¡vengan cañas de Sanlúcar! ¡venga cante y guitarra y jaleo!

Palabra del Dia

rigoleto

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