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Actualizado: 25 de junio de 2025


Y luego volvían fielmente a su memoria las proféticas palabras de un día lejano: «Demasiado tiempo he vivido fuera de la ley para que pueda esperar ahora volver a ella. Usted no quiere creerlo ahora, y es sincero; pero más tarde lo creerá usted, y será igualmente sincero.

Aunque ella decía que había quedado suspendida poco antes de llegar al suelo de uno de los postes y que esto amortiguó considerablemente la violencia, sin embargo costaba trabajo creerlo. Por otra parte, cuando la sacaron de la mina se negó á dar pormenores de su accidente.

De esto se ve todos los días, porque hay muchos motivos y grandes razones para que se vea... Quiero concederte todavía más: quiero suponer que tuvieras el corazón interesado por un joven hermoso, discreto, noble..., en fin, lo contrario enteramente de don Mauricio; y no quiero suponerlo, sino creerlo, porque así es la verdad, o yo no tengo ojos en la cara; supongo, pues, digo mal, creo que tienes el corazón interesado por un hombre así..., por Pepe Guzmán, en una palabra... Pues mejor que mejor para mis planes, y para tus conveniencias por consiguiente.

Dábase a pensar que el P. Gil correspondía a su amor, y para creerlo sacaba de quicio todas sus palabras y acciones. Una vez que le había apretado la mano con más fuerza, otra que le había sonreído desde lejos, otra que se había ruborizado al encontrarla, etc., etc. Todo lo convertía en sustancia. Luego el viaje a Palencia era objeto para ella de un minucioso y febril examen.

¡Qué hermana! volvieron a exclamar algunas monjitas . ¡Qué gracia tiene! ¡Pues no dice que se ha casado!... ¡Lo que no se le ocurre a ella!... ¡Qué! ¿No quieren vuestras caridades creerlo? Las caridades siguieron riendo, arrojándome miradas penetrantes y maliciosas. ¡Pues ahora mismito se van ustedes a convenser! exclamó mi esposa con arranque.

Esas son tonterías, Ricardo... Mi enfermedad es mortal, y si no ya se vera... Mi marido no quiere creerlo; pero pronto se ha de convencer... No me quejo de mimo, no... ¡Ay, querido, si supieses lo que yo padezco sentada en esta butaca!

La hora no podía ser menos oportuna, pero Ayvaz no quería desperdiciar un solo instante. El dios de las batallas tampoco lo quería; por lo menos, todo induce a creerlo así. En el momento en que el primer secretario iba a llamar a la puerta de maese L'Ambert, tropezose con el enemigo en persona, que regresaba a pie, conversando con sus dos testigos.

Candido no se lo concedia, pero no afirmaba nada: Panglós confesaba que toda su vida habia sido una serie de horrorosos infortunios; pero como una vez habia sustentado que todo estaba perfecto, seguía sustentándolo sin creerlo.

A Luciana, por el contrario, le divierte esta novela, y lo que me preocupa es el tono de esa correspondencia, la ternura exaltada de las cartas de Luciana y el contraste de esa ternura con la corrección casi fría de nuestras conversaciones. ¿Será que, cuando estamos juntos, una delicadeza pudorosa detiene en sus labios las expresiones vivas? Quisiera creerlo. ¿Será que tema mis temeridades?

UNA MUJER. ¡Entonces usted no es cristiano!... ¡Virgen del Carmen! ¡no quiere creerlo!... Señora, yo lo creo todo y he prometido un cirio de treinta libras a la Virgen del Pilar; mire, aquí tengo un rosario... MUCHAS VOCES. ¡A ver!... Mirad... y además, aquí tenéis una carta del superior de San Juan dirigida a . Leed...

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