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¡Qué hermana! volvieron a exclamar algunas monjitas . ¡Qué gracia tiene! ¡Pues no dice que se ha casado!... ¡Lo que no se le ocurre a ella!... ¡Qué! ¿No quieren vuestras caridades creerlo? Las caridades siguieron riendo, arrojándome miradas penetrantes y maliciosas. ¡Pues ahora mismito se van ustedes a convenser! exclamó mi esposa con arranque.

¡Cómo! exclamó Genoveva. ¿Qué diría la de Sermet? , comprendo, hija mía, pero no se trata de Magdalena... ¿Por qué no he de hacer yo lo que no puede hacer ella? Yo tengo ya la edad de la razón. ¡Oh! señora exclamé con ardor arrojándome en sus brazos. ¡Qué buena es usted!...

Querido amigo le dije arrojándome enajenado en sus brazos, no me digas nada, nada objetes. Seré prudente, muy prudente, pero seré también dichoso; concédeme esos dos meses, que no volverán, que no tornaré a encontrar; es corto tiempo y tal vez el único período de dicha que lograré en toda mi vida.

Pero salí en bien de todo, y lo atribuyo, como ya lo indiqué antes, a la audacia misma de mi temeraria empresa. Tengo para , que en iguales condiciones de parecido físico, me fue más fácil suplantar al Rey que pretender hacerme pasar por otra persona cualquiera. Un día entró Sarto en la habitación donde me hallaba y arrojándome una carta, dijo: Ahí va eso para usted.

Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado: Venga usted acá, mancebo generoso exclamé todo alborozado; venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío.