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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Además, anchas hebillas de plata brillaban en sus zapatos, y un sombrero charolado, impertinentemente ladeado, acababan de darle un aire coquetón y calavera que contrastaba singularmente con su edad avanzada. Por lo demás, se veía que iba vestido de etiqueta y que le incomodaban sus adornos. Su amigo, de un traje menos afectado, parecía mucho más joven.
Huérfano desde temprana edad, fue educado por su única hermana, Eusebia, quien, por los muchos años que le llevaba, podía ser su madre, y de madre hizo. Desmedrado, rubio, paliducho, con incurable aspecto de niño, de facciones finas, de ojos dulces y claros y porte de principesca mansedumbre, contrastaba el joven con la igualmente interesante figura de su hermana.
Seguíale, a guisa de caballerango, un muchacho trigueño, guapo y bien dispuesto, de pantalón ceñido y jarano galoneado, que, por lo arrestado y vigoroso, contrastaba singularmente con el aspecto manso y bondadoso del clérigo. Iban lentamente. Tal vez habían pernoctado en alguna hacienda, de donde salieron a la madrugada, para llegar temprano a Villaverde.
Serénate, poltrón, que nadie te come aquí. Luis hizo un esfuerzo por sonreír y se dejó caer en una marquesita forrada de raso azul. El gabinete de Amalia contrastaba por su lujo coquetón con el abandono que reinaba en el resto de la casa.
A su lado, una mujerona chata, de desbordantes grasas, sentada en un taburete, se cubría de, los rayos del sol con una sombrilla roja, de encajes, cuya riqueza contrastaba con la mugre de sus ropas. Isidro no la prestó atención. Conocía las debilidades del Ingeniero. Aquélla sería la favorita del momento.
La voz del mayorazgo de Montesinos era singularmente armoniosa y dulce, y contrastaba notablemente con lo inarmónico y triste de su figura. El P. Gil, que era la rectitud personificada, quedó un instante suspenso. En efecto, a nadie he oído hacer elogios de usted más que a su hermana dijo al cabo, con naturalidad.
Al comenzar la temporada emprendía con entusiasmo el viaje, pensando en los públicos que hablaban de él todo el año, aguardando impacientes su llegada; en los conocimientos inesperados; en las aventuras que le brindaba muchas veces la curiosidad femenil; en la vida de hotel en hotel, con sus agitaciones, sus molestias y sus comidas diversas, que contrastaba con la plácida existencia de Sevilla y los días de montaraz soledad en La Rinconada.
El corto bigote, negro todavía, contrastaba con su barbilla cenicienta. Sus ojos eran vidriosos, monásticos, tristes. Su humor sombrío. Creía descender de un rey de Aragón, y hacía remontar su apellido, etimológicamente, hasta un cónsul romano.
Y aproximándose al joven como si se ofreciera, con una dulzura que contrastaba con la huraña repulsión de poco antes, añadió: Ya que crees en Dios, ¿por qué no vas, como los muchachos de Bilbao, á confesarte con los Padres? ¿Por qué no te veo nunca en la Residencia?...
El viejo Chambol, amigo inseparable de Marenval, interrogó con una especie de inquietud al joven, cuya gravedad contrastaba tan fuertemente con la alegría de aquella comida. ¡Eh! señor de Tragomer, ¿qué le pasa á usted? ¿Es que ese charlatán de Maugirón le ha impresionado con sus paradojas? ¿Ó es que la declaración de nuestra gentil Lorenza le parece á V. un cataclismo social?
Palabra del Dia
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