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Cuando los acontecimientos políticos le dieron respiro, vino a establecerse a Madrid, donde vivía su hermana, casada con el conserje de la casa de Aransis.

Cuando uno es pobre, es necesario no ser orgulloso dijo el honorable conserje, que me pareció expresar en esta circunstancia, los sentimientos de un portero. Tenía bástanle con este diálogo, y lo terminé bruscamente abriendo la puerta del cuarto y pidiendo una luz á Vauberger, que creo no se hubiera consternado más si le hubiera pedido su cabeza.

«Y su sobrina, la señorita de Rufete, que acaba de llegar de París...». Isidora miró a Miquis con tan indignados ojos, que el estudiante no se atrevió a seguir. El conserje echó una mirada a la poco flamante levita de D. José y al traje sencillamente decoroso de Isidora, sin hallarse completa armonía entre el vestido y las personas.

El conserje era uno de sus criados y sabía que dos golpes de timbre significaban una visita para su señora. Las puertas se abrieron por solas ante el joven doctor. Un lacayo le cogió el gabán de sobre los hombros con tanta ligereza que apenas si lo advirtió. Otro le introdujo, sin anunciarle, en el comedor. En aquel momento el conde y la señora Chermidy se sentaban a la mesa.

Don Marcelo se explicó lentamente, contemplando á corta distancia de sus ojos el negro redondel del tubo amenazador. No había visto franco-tiradores. El castillo tenía por únicos habitantes el conserje con su familia, y él, que era el dueño. Miró el oficial al edificio y luego examinó á Desnoyers con visible extrañeza, como si lo encontrase de aspecto demasiado humilde para ser su propietario.

Era la esposa del conserje, que se había agregado poco antes al grupo de mujeres. ¡No vaya, señor! gritó, cortándole el paso . Lo han matado... acaban de fusilarle. Don Marcelo quedó inmóvil por la sorpresa. ¡Fusilado!... ¿Y la palabra del general?... Corrió hacia el castillo sin darse cuenta de lo que hacía, y se vió de pronto en el salón. Su Excelencia continuaba ante el piano.

Yo dije al conserje: eso que se ve en esa piedra, es la estátua de la malicia; la malicia es el talento de la ignorancia, y Voltaire, el jefe de la Enciclopedia, el primer revolucionario de su siglo, el Robespierre literario del mundo, la admiracion y el susto de la historia, Voltaire, señor conserje, es algo más que un ignorante. El conserje hizo un gesto agridulce.

Apenas cruzaba un transeúnte por la retirada calle. Sólo se oía, entre el silencio, el estridor monótono de la máquina de coser que la hija de la conserje manejaba. En el jardín, las rosas, embriagadas del calor bebido durante la mañana entera, se deshacían en perfumes; hasta las frías rosas blancas tenían matices rancios, como de carne pálida, pero carne al fin.

Tiros, señor dijo el conserje . Una descarga. Debe ser en la plaza. Minutos después vieron llegar á una mujer del pueblo, una vieja de miembros enjutos y negruzcos, que jadeaba con la violencia de la carrera, lanzando en torno miradas de locura. Huía sin saber adonde ir, por la necesidad de escapar al peligro, de librarse de horribles visiones.

Mira, añadió resueltamente mi mujer; déjame en la fonda; no quiero dar un franco por ver ese edificio; por una peseta está cavando un español todo el dia en el campo....» Sin embargo estos sermones de mi compañera, yo me dirigí al estanco, con el fin de comprar el documento que el conserje me reclamaba. Mi mujer lo notó, y se detuvo á despecho mio. No te empeñes, porque no voy.