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Actualizado: 30 de junio de 2025


Me hallaba hacía media hora, sumergido en una especie de entorpecimiento, cuya somnolencia uniforme me presentaba la ilusión de suntuosos festines y campestres fiestas, cuando el ruido de la puerta que se abría, me despertó sobresaltado. Creí soñar aún, viendo entrar á la señora Vauberger con una gran bandeja sobre la que humeaban dos ó tres odoríferos platos.

Te digo, Vauberger replicó la mujer, que si lo hubieras visto vaciar su garrafa, se te hubiera partido el corazón... Y mira, si yo creyera que piensas lo que dices, cuando exclamas con la negligencia de un cómico «si se mata lo enterrarán...» Pero no lo puedo creer, porque en el fondo eres un hombre, aunque no te gusta ser perturbado en tus hábitos... Piensa, pues, Vauberger... ¡no tener fuego ni pan!... Un muchacho que ha sido alimentado con tan buenos manjares y criado entre pieles como un príncipe. ¿No es esto una vergüenza, una indignidad, y no es un bribón el gobierno que permite semejantes cosas?

Pues bien, Vauberger, voy á decírtelo todo, lo he seguido, lo he espiado, y luego lo he hecho espiar por Eduardo: ¡y bien! estoy segura que no ha almorzado esta mañana, y como he registrado todos sus bolsillos y cajones y no le queda en ellos un céntimo, estoy muy cierta que no habrá aún comido, pues es demasiado orgulloso para mendigar... ¡Tanto peor para él!

Habíala ya depuesto sobre el pavimento y comenzado á extender su mantel sobre la mesa, antes que hubiese sacudido enteramente mi letargo. Por fin me levanté bruscamente. ¿Qué es esto? dije. ¿Qué es lo que hace usted? La señora Vauberger fingió una viva sorpresa. ¿No había pedido comida, el señor? No. Eduardo me dijo que... Eduardo se ha engañado. Será el inquilino de al lado.

Cuando uno es pobre, es necesario no ser orgulloso dijo el honorable conserje, que me pareció expresar en esta circunstancia, los sentimientos de un portero. Tenía bástanle con este diálogo, y lo terminé bruscamente abriendo la puerta del cuarto y pidiendo una luz á Vauberger, que creo no se hubiera consternado más si le hubiera pedido su cabeza.

Hazme el gusto, señora Vauberger decía, de dejarme tranquilo con tu Máximo; ¿lo he arruinado yo acaso? ¿Y bien, á qué vienen esas cantinelas? Si se mata, lo enterrarán... y se acabó.

Pero eso nada tiene que ver con el gobierno respondió Vauberger, con bastante razón... Y además, te engañas, te lo aseguro... no es como lo crees, no le puede faltar pan, ¡eso es imposible!

Palabra del Dia

chapuzones

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