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Don Mariano, que no había cruzado la palabra con su hija, abrió el paraguas apresuradamente para taparla y la estrechó largo rato contra su corazón, murmurándole en el oído: ¡Hija mía, qué trago tan amargo me haces pasar!... Embózate bien... ¿Tienes frío? ¡Oh, me las pagará ese bruto!... Iré a Madrid a ver al ministro de la Guerra y conseguiré mandarlo a un castillo. ¿Te entra el agua por algún sitio, corazón mío? ¿Quieres mi impermeable?... ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Ah, grandísimo puerco! ¿De qué cuadra te habrá sacado este gobierno de sainete?... Si te pones enferma, le mato irremisiblemente... Pero a ti, mentecata, ¿quién te ha metido en estos líos de conspiraciones sin mi permiso?... ¡Si no te hubiese dejado arrastrar tanto los zapatos por las iglesias, a estas horas no estaría pasando tales amarguras! ¿Qué tienes que ver con los carlistas ni con los republicanos?... Una niña bien educada se está en su casa quietecita, cuidando de las camisas de su padre y haciendo calceta..., ¿estamos?..., y haciendo calceta... ¡Canalla! ¡Miserable! ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Si le veo no respondo de no echarle las manos al cuello!...

Dios me libre de oponerme a lo que él ordena. Además sería fácil que lo supiese todo. No hay, pues, más recurso que aguardar a que Braulio quiera y pueda acompañarnos. Pronto acabará su tarea extraordinaria y no tendrá que ir de noche al Ministerio. Entre tanto no irá mañana, que es domingo. Mañana nos llevará. Yo lo conseguiré. ¿Te acomoda?

Pero su alegría estaba envenenada por preocupaciones malvadas, y sin dejar de recibir saludos, Clementina pensaba: ¿Conseguiré destruir esta dicha que todos proclaman, elogian y envidian? Vió á Mauricio que hablaba alegremente con Herminia, mientras Roussel, en un círculo de señoras, prodigaba sus gracias y sus amabilidades. Una nube oscureció la frente de la solterona.

Son las doce dijo Quevedo ; á las dos empieza la comedia y necesitáis media hora para vestiros. ¿Tenéis la ropa en el coliseo? ; ¿pero eso qué importa? Tenemos tiempo. He conseguido que no os emborrachéis, y conseguiré del mismo modo que no hagáis una locura. ¡Diablo! y debéis valer mucho, porque yo, que por nadie me intereso, empiezo á interesarme por vos. Creo que empezáis á engañarme.

Nuevas lágrimas humedecieron sus ojos. ¡Ay! ¿Cómo conseguiré que me creas?... ¿Qué juramento podré hacerte para que te convenzas de que digo verdad?... El capitán dió á entender con su aire impasible la inutilidad de estos extremos. No había juramento que pudiese convencerle. Aunque dijera la verdad, no la creería.

Si eso sucediera, el país no podría sostenerse: los precios se vienen abajo como las pesas de un asador, y jamás conseguiré que se me paguen los atrasos, ni aunque haga vender todo lo que esos individuos poseen. Y ese maldito Fowler... no quiero tolerar más tiempo su morosidad; le he dicho a Winthrop que vaya hoy mismo a verlo a Cosc.

Y mientras en Quilito nacía una idea egoísta de este encuentro, la del amor compartido, en el generoso corazón de Susana se despertaba un propósito digno de ella: O he de poder yo muy poco se dijo, o conseguiré la reconciliación de las dos familias; resistencias y obstáculos no han de faltar, pero Quilito y yo, aliados, las venceremos.

Que yo trabaje con tranquilidad en favor de V. Usted me estorba para mis planes. Si V. se queda, precipitará la boda de D. Casimiro y hará que se envíe á escape por la licencia á Roma. Si V. se va, no afirmo yo que evitaré la boda de Clara con el viejo rabadán y conseguiré que sea para Mirtilo; pero, ó yo he de valer poco, ó he de lograr que se nos tiempo y... quién sabe... Nada prometo.

, sois vos, mi querida, y quizá sois vos, mi mala hermana, quien me hace insensible y cruel hasta el extremo. Os quiero demasiado; con todo mi corazón. Lo ocupáis todo entero, no hay lugar para nadie más. ¡Preferir a alguien! ¡amar a alguien más que a vos!... jamás lo conseguiré. ¡Oh, !... ¡Oh, no! Amar de otra manera... tal vez, pero más no.