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Actualizado: 21 de junio de 2025


No es posible dividir rigurosamente estas obras en históricas y tradicionales, confundiéndose la tradición y la historia en las leyendas más antiguas, y mezclándose á menudo con los sucesos más recientes algunas tradiciones de que no habla la historia, ó las invenciones del poeta.

Si al comienzo de aquella misma noche, que ya se iba a extinguir, una mirada humana hubiera podido escudriñar desde la altura de los cielos lo que pasaba en aquella larga faja de sementeras y olivares que se extiende a la vera de los montes, entre éstos y el Guadalquivir, habría visto que del obscuro caserío de Andújar se destacaba cautelosamente, escurriéndose por detrás de las casas, una hilera de hombres y caballos; que esta hilera se iba alargando por la carretera en interminable procesión, y serpenteaba con lento paso, sin ruido y sin luces; habría visto cómo se iba extendiendo la negra raya, destacándose a ratos sobre la tierra blanquecina, a ratos confundiéndose con los obscuros olivos, sin dejar de seguir paso a paso, como si no quisiera ser vista y anhelara apagar en el polvo el ruido de las cureñas; habría visto que iban delante unos tres mil hombres de infantería, después un escuadrón de caballos, después seis cañones, después un número inmenso de carros, tantos, tantos carros, que ocupaban dos leguas; detrás de los carros nuevos grupos de infantería y muchos generales; después otros seis cañones, dos regimientos de coraceros; luego cuatro cañones, y al fin otro grupo de jefes, seguidos de quinientos hombres de a pie.

Y los convidados de doña Manuela entraron en la casa, confundiéndose unas familias con otras, saludándose las mujeres con un tiroteo de besos y elogiando todas las cualidades de la «posesión» que la viuda de Pajares tenía en Burjasot.

Quedaba atrás, confundiéndose con otras montañas, el famoso pico de Banderas, con su castillete abandonado que recordaba la heroica Noche Buena de Espartero, el combate de Luchana, milagro de la leyenda dorada del liberalismo, que aún vivía en todas las memorias agrandado por las fantásticas proporciones que da la tradición.

Veneraba al emperador como representante de Dios y al mismo tiempo simpatizaba con los nihilistas. Los personajes de la corte se escandalizaban al recordar cómo, acompañada de una doncella que la policía consideraba sospechosa, había ido una mañana á una pobre casita de las afueras de la capital, confundiéndose con la canalla revolucionaria de artesanos y estudiantes.

A lo lejos, tras las cortinas de los árboles que circuían el verdoso estanque, sonaba el canto de un corro de niñas confundiéndose con el juguetón parloteo de los traviesos gorriones: /* Yo me quería casar, yo me quería casar con un mocito barbero.... */ Juanito sentía deseos de llorar como cuando escuchaba las romanzas italianas de Amparo.

Bien que se eligiera el río Calauag, ó bien el de Viñas que se encuentra algo más al Norte, la unión entre los dos ríos sería trabajo de legua y media á dos de canal, confundiéndose en este las ondas de ambos mares.

¿Y qué más? ¡Nada más que pueda decirse con palabras!..... ¡Cuando Romeo y Julieta confunden pensamientos y suspiros, y se miran y callan, y tornan luego á su incoherente diálogo, y se repiten lo que ya saben, y se lo vuelven á decir, interrumpiendo el raciocinio con el requiebro, y pasando bruscamente de la pena á la alegría, de la queja al entusiasmo, de la confianza á la duda, de la gratitud á los celos, del «¡Cuánto me quieresal «¡Ya no me quieres!» y del «Te quiero, pero no quiero», al «¿Me querrás siempre como ahora?»; cuando sus labios balbucean este monótono, eterno poema del amor, mientras que sus almas están asomadas á sus ojos, mirándose tan intensamente como se miran la mar y el cielo, y confundiéndose como se confunden el silencio y la soledad que los aislan, hay que llamarse Shakespeare para ser taquígrafo de semejante escena!

El sol, como una inmensa urna de fuego, salia de entre las ondas, envuelto en una auréola de colores resplandecientes é inasibles á la vista, confundiéndose al mismo tiempo en el cielo y en el océano, de manera que las dos faces del horizonte, la de arriba y la de abajo, formaban una sola.

El aventurero francés llegaba sin familia á aquellos países, con sus vicios, confundiéndose con la masa salvaje, en vez de civilizarla; el inglés, exceptuando dos países templados adonde se dirigió en masa y con sus familias, tampoco se fija al otro lado de los mares, y dentro de un siglo la India no guardará memoria de que haya vivido en ella.

Palabra del Dia

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