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La cual siempre había sido hija de confesión de don Cayetano, pero este, que de algunos años a esta parte sólo confesaba a algunas pocas personas, señoras casi todas, de alta categoría, escogidísimos amigos y amigas, al cabo se había cansado también de esta leve carga, pesada para sus años; y resuelto a retirarse por completo del confesonario, había suplicado a sus hijas de confesión que le librasen de este trabajo y hasta señalado sucesor en tan grave e interesante ministerio; sucesor diferente según las personas.

Pero hombre, ya que no te mudes de casa deja ese dichoso comercio de pieles, que no es digno de un hombre de tu representación y tu fortuna. Fortuna ... fortuna masculló Calderón sin dejar de mirar el papel en que escribía . Ya que se habla de mi fortuna.... ¡Si fuésemos a liquidar, quién sabe lo que resultaría! Calderón no confesaba jamás su dinero: gozaba en echarse por tierra.

Esto no es viví. ¡Premita Dió que el domingo me agarre un toro, y ya hemos concluío! ¡Pa lo que vale la vía!... Estaba algo borracho. Desesperábale el mutismo ceñudo que encontraba en su casa, y más todavía aunque él no lo confesaba a nadie aquella fuga de doña Sol sin dejar para él una palabra, un papel con cuatro líneas de despedida. Le habían puesto en la puerta, peor que a un sirviente.

La desgraciada no confesaba que se mataba; pero el significado de las últimas palabras parecía en ese momento más claro a Ferpierre: «Es preciso que la fe sea muy robusta y busque y halle un modo de afirmarse contra la duda triunfante... »La mayor tristeza consiste en tener que renunciar a la esperanza. »La última esperanza...» «...Al dilema pavoroso: vivir pecando, o...»

Y ocurrió entonces que, al divulgarse el fallecimiento, se hizo público un documento que había escrito y firmado de su puño don Rodrigo el día después de haber dado muerte al de Teba, en el cual confesaba ser falsa la suposición de haber sido llamado á engaño á casa del Asistente, documento que él mismo ordenó que no se diese á conocer hasta ocurrir su muerte, y en el cual se decía: «Yo D. Rodrigo de Zárate, por descargo de mi conciencia, digo: Que aunque en la confesión que se me tomó dije, que el conde de Palma y otras personas me llevaron engañosamente á matarme, con título de amistad entre y el conde de Teba, y yo vine á ello.

Ya sabes con lo que cuentas. Lo principal es que no teniendo nada mi hijo... no habrá quien piense hacerse cargo de él. Valeria quiso resistir por animarla, pero ante la energía con que expresaba el deseo, cedió. Vino el notario: Susana hizo una declaración reconociendo que cuanto había en la casa era de Valeria, y que en pago de una deuda que confesaba, le daba la finca de Rivaria.

El primero era D. Miguel, cura de la parroquia, anciano excelente aunque de cortísimos alcances, con quien se confesaba todos los meses, a quien daba sus ahorrillos para que los repartiese en limosnas a los necesitados, y con quien a menudo jugaba al tute. El corazón y la mente de doña Luz eran para el pobre cura el libro de los siete sellos.

Confesaba, como no podía menos, que la comida era más abundante y escogida, pero en cambio se veía obligado á sufrir la soba continua de los niños que no le dejaban á sol ni á sombra. En todo el día no cesaban: Canelo para aquí, Canelo para allí; unas veces montándosele sobre el espinazo, otras tirándole de las orejas y otras del rabo. Era cosa para desesperarse.

Que no los puede ver ni pintados. Lo creo... ¡Valientes pillos! Sin embargo, dígame usted: ¿No volvería a tener amistad con alguno de ellos, si la solicitara? Con ninguno... dijo Fortunata. ¿De veras? Piénselo usted bien. Fortunata lo pensó, y al cabo de un ratito, la lealtad y buena fe con que se confesaba mostráronse en esta declaración: «Con uno... qué yo... Pero no puede ser».

Una señorita de treinta y siete años, muy correosa y espiritada, que se confesaba con él, llegó a decir entre burlas y veras: Padre, ¡qué sería de si usted se muriese! Lo cual hizo reir a los circunstantes y pareció molestar un poco al correcto sacerdote. La marquesa quiso prohibirle que pronunciase aquella tarde la plática de costumbre; pero él se negó rotundamente a ello.