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Actualizado: 28 de junio de 2025


Luis de León y Garcilaso son mis predilectos entre los líricos españoles, dijo Lucía con suma naturalidad. Casi se disipó la sospecha de D. Fadrique. Parecía inverosímil tanto disimulo en una muchacha de diez y ocho años, que rezaba el rosario todas las noches, iba á misa y se confesaba con frecuencia.

Además, don Álvaro era profundamente materialista y esto no lo confesaba a nadie. Como en él lo principal era el político, transigía con la religión de los mayores de Paco y se reía de la separación de la Iglesia y el Estado. Es más, le parecía de mal tono llevar la contraria a los católicos de buena fe. En París había aprendido ya en 1867, cuando fue a la exposición, que lo chic era el creer como el carbonero. Sport y catolicismo, esta era la moda que continuaba imperando. Pero es claro que lo de creer era decir que se creía.

La mujer no opuso resistencia, y poco después, su boca, animada por un despertar febril, se unió á este beso, haciéndolo más apasionado, más vibrante é interminable. Ya no sentía miedo; seguían caminando, y á su enamorado le era imposible repetir las osadías del jardín. Es más: se confesaba interiormente, con cierta vergüenza, el deleite que esta caricia andante resucitaba en ella.

Parece que no se conoció bien á mismo, cuando confesaba que se creía principalmente destinado á la dramática. ¿Deberá, acaso, atribuirse á la ligereza, con que escribía, las faltas capitales de sus dramas en lo que constituye la esencia de este género de poesía?

Y no podía menos de admirar a su compañero el P. Narciso, que se pasaba las horas muertas confesándolas con la misma afición que el primer día. No sólo las confesaba, sino que, por uno u otro motivo, siempre estaba entre ellas: unas veces eran las Flores de Mayo, otras la novena de las Hijas de María, otras la congregación de San Vicente de Paul, etc.

Esto no era militar: el mismo capitán lo confesaba noblemente; pero debía volver a París, y algo había que concederle al arte. Torcía la cabeza con belicosa arrogancia, clavando sus ojos de águila en los legionarios. ¡A ve! ¡que no se iga de la compañía!... ¡Que haiga desensia y disiplina!

Ella adoraba á los fuertes, y le hubiera amado siempre, de no presentarse el otro, con algo que no podía explicar. Tal vez era el encanto de la corrupción y de la juventud, que la enardecía, haciéndola cometer locuras; pero aun así confesaba que no podía compararse aquel hombre con su viejo tan bueno y tan generoso... ¿Por qué no había de aceptar el obstáculo como lo hacían otros?

A estas palabras, la sangre enrojeció el rostro del Príncipe, y sus ojos volvieron a brillar. ¿Qué contesta usted? Zakunine se oprimió la frente con las dos manos, como queriendo reprimir su cólera, y luego dijo: Es cierto... ¿Confesaba? ¿Se declaraba culpable? ¿Reconocía haberla asesinado?

Una tarde, mientras se quitaba el corsé, me dijo: «Mira si el Señor es bueno que, según la doctrina, lo primero es amar a Dios sobre todas las cosas, y fíjate en que no dice sobre todos los hombresLos días en que se confesaba me decía entre caricias y besos: «Chico, esto es coser por la mañana y deshacer la labor por la noche.» ¡Pobre muchacha!

Algo intimidado en presencia del famoso dueño de Villa-Sirena, confesaba su origen humilde sin orgullo y sin timidez. Era un pobre, hijo de pobres.

Palabra del Dia

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