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Actualizado: 14 de junio de 2025
Además, vuecencia me dijo le recordase que tenía que decirme algo acerca de la señora condesa de Lemos. En efecto, me importa saber uno por uno los pasos que da doña Catalina. Puedo deciros, señor, que cuando yo venía para acá, entraba vuestra hija en las Descalzas Reales. Nada tiene eso de extraño.
Pero ya que usted está tan bien informada de lo que sucedió entre ellos, aunque primero negó usted que se ocupara de estas cosas, dígame ahora si el señor cumplió por fin ese deber de la franqueza, pues yo sé por otras declaraciones, que hasta la víspera de la catástrofe no había devuelto su palabra a la Condesa, lo que hacía que ésta se creyera más atada que nunca.
A los criados, a los campesinos y a los desvalidos y pobres, sí los miraba, pero los miraba para protegerlos y ampararlos hasta donde alcanzaban sus medios y recursos. Lo que es de igual a igual, la condesa Poldy no trataba a nadie, ni fijaba su atención en nadie como no fuera de su clase.
Ninguno de los otros papeles de la difunta arrojaba la menor luz: los más importantes eran un legajo de cartas de aquella sor Ana a quien la Condesa había escrito la mañana misma de la catástrofe.
La campesina se alejó diciendo: Cueste lo que cueste, Marta, es preciso que os vuelva a ver hoy; quiero retemplaros para la prueba suprema. Yo también he emprendido un combate contra los verdugos de vuestra hija. La viuda murmuró acercándose a la joven: Sígueme, Elena, la señora condesa... tu madre nos llama.
Sus ojos negros son poemas dramáticos, y su corazón, un espejo sin azogar. El drama lúgubre y horripilante no se hizo para aquel gran vergel, en donde pasan las mujeres la vida recostadas en sus hamacas, meciéndose entre flores, aireadas por sus esclavas con abanicos de plumas. ¿Sabes dijo la condesa que la voz pública anunció que te ibas a casar?
Corred, volad, es preciso que la señora se levante. ¡Puede que haya sucedido una desgracia! La sirvienta trajo dos llaves; sin escuchar lo que quería decirle de parte de la condesa, Mathys subió la escalera corriendo. Abrió la puerta del cuarto de Marta y echó una ojeada sobre el lecho. Estaba vacío. Pálido y trémulo, puso la llave en la cerradura, de la segunda puerta.
Convencido al fin de que había acusado a la condesa sin razón, se sintió embargado por una desesperación profunda; se estremeció de vergüenza al pensar que se había dejado arrastrar por un ciego amor, a hacer una revelación fatal, y que él era el único traidor para con su cómplice. Resolvió más firmemente que nunca el no confesar que había confiado la prueba del crimen a Marta.
No miento, Catalina, no miento; yo te amo, yo te adoro, yo te venero... ¡Dios lo sabe! Y Quevedo no mentía. Amaba con toda su alma á la condesa. Pero amaba más á su ambición. Su ambición estaba personificada en el duque de Osuna, y Quevedo servía al duque en cuerpo y alma.
Tendió las manos hacia el intendente, que acudía hacia ella dando muestras de impaciencia y de cólera. Ya sé lo que ha pasado exclamó . Catalina me lo ha contado todo. Pero, ¿qué ha dicho la condesa? ¿Estáis llorando? ¿Os ha maltratado? Cruelmente maltratado, señor. Me ha echado, señor; no puedo subir siquiera a buscar mi ropa.
Palabra del Dia
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