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Actualizado: 14 de junio de 2025
La duquesa lloró mucho; el duque tomó más alegremente la separación, para tranquilizar a su esposa y a su hija; quizá también porque no encontró lágrimas en sus ojos. En su fuero interno, él no creía en la muerte de Germana. El solo, con la vieja condesa de Villanera, esperaba el milagro de la curación.
La mirada de Laura guardaba aún restos del terror y el extravío que las visiones infunden en el alma. ¿Qué había pasado aquella noche? Sería lo que otras veces. Porque la joven condesa, en los años que llevaba de matrimonio, había visto desfilar muy á menudo sobre su lecho la misma procesión de fantasmas pálidos.
Por Luis, el viejo criado de mi hijo, que ha sospechado algo hace poco, y que después ha oído toda la conversación de los testigos. ¿Y usted sabe, señora replicó Juana , que no hay nada malo entre su hijo y yo? A la verdad que aquello era nuevo para la vieja condesa. Y en su tribulación, no pudo disimular una especie de sorpresa candorosa: Pero, entonces dijo , ¿no hay pruebas?
Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea.
Ha perdido la voz respondió la condesa , de resultas de una pulmonía. ¿Lo ignorabas? Tan ajeno estaba de ello respondió Rafael , que le traigo magníficas proposiciones de ajuste para el teatro de La Habana. Pero ¿en qué ha venido a parar? Ya que no puede cantar dijo el general , seguirá probablemente el consejo de la hormiga de la fábula, aprenderá a bailar.
Pero contra esta suposición estaba su nuevo amor, el amor por Vérod: si ella por su parte amaba ya a otro ¿no debía alegrarse del nuevo afecto del Príncipe? Eso parecía tanto más cierto, cuanto que la amistad de la Condesa con Vérod no había podido, según los más, ser inocente.
Cuando la anciana condesa abandonó el salón para ir a ver a la enferma, se encontró con el aparato roto y derribado por el suelo y a Germana con una fiebre violenta. Se la atendió como se pudo hasta el regreso del doctor Le Bris, que llegó a caballo, a media noche. Todos los convidados pernoctaron en la villa para saber con más prontitud las noticias.
La villa Cyclamens estaba alquilada a una señora milanesa, la Condesa d'Arda, que la ocupaba todos los años, de junio a noviembre. La amistad de la Condesa con el Príncipe Alejo Zakunine, revolucionario ruso que había sido condenado primero en su país, expulsado en seguida de todos los Estados de Europa y refugiado últimamente en el territorio de la Confederación, era conocida desde tiempo atrás.
La fantasía encendida del mancebo no dejaba de recorrerlas una á una, complaciéndose y recreándose en ellas, y adornándolas con los detalles más inefables y primorosos. Una tarde reciente le había dicho la condesa echándole los brazos al cuello: «Escucha, Octavio; tengo miedo, mucho miedo de perderte. Vivo en continuo sobresalto, que amarga y emponzoña los instantes felices que paso á tu lado.
Decidido a aprovechar de la generosidad de la joven, Zakunine la reconocía culpable, y desde que ella insistía en su confesión, ¿cómo desmentirlos? Ferpierre pensó en volver a llamar a la Natzichet y decirla: «¿Usted cree haberle salvado? ¡Lejos de eso, le ha perdido usted! ¿Por qué ha confesado usted? ¿Porque yo la dije que él mismo me había confesado haber muerto a la Condesa?
Palabra del Dia
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