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Actualizado: 2 de junio de 2025


Piensa, hija mía me dijo, cuando fui a cumplimentarla por el año nuevo, piensa que tendrás 26 años en septiembre próximo... Es horrible. ¿Por qué?... ¿tendré que matarme para no llegar a esta época nefasta?... Confieso que quiero conservar la cabeza y... No digas tonterías, Magdalena, ya me comprendes.... Tener 26 años y no estar casada, es humillante. Pues yo no siento semejante humillación.

Más de una vez he oído de tu boca que soy ambicioso, que sueño con opulencias y lujos. No comprendes que con esas palabras me desgarras el corazón. Dime, con toda sinceridad: ¿crees que sería yo capaz de buscar fortuna y riquezas por ese camino? No ambiciono grandezas; con poco me conformo; poco necesito para ser feliz.

Al cuarto del señor Delaberge. Mañana se reúne en la alcaldía el sindicato formado por los usuarios y antes de convenir con ellos la forma en que habremos de proceder, desearía ver al inspector general... Ya comprendes... No estaría de más hacerle hablar y saber cuáles son sus intenciones...

¡Eres tonta, rapaza! ¿No comprendes que el amo está bajo el peso de una desgracia, que para él se ha concluído el mundo, que todo lo ve ahora negro? Deja que trascurra el tiempo y ya verás cómo todo vuelve á su ser, cómo al cabo se irá calmando su pena y serás para él lo que siempre fuiste. No te apures ni te disgustes, querida mía, pues el mismo amo fué quien envió á llamarte.

Exijo, pues, como condición para que la niña vuelva a ser lo que era que rompas inmediatamente con Fernanda y no te acuerdes más de ella. ¡Pero Amalia! exclamó con acento dolorido. Bien comprendes que es imposible. Mi boda está concertada; lo sabe ya todo Lancia: Fernanda me espera en Madrid; faltan muy pocos días... Aunque faltase un minuto. Esa boda no se celebrará.

La vi escribiendo hoy por más de una hora, en su diario. Puede ser que hallemos la llave del armario... ¿Comprendes? Subieron. El diario estaba allí, sobre la mesita escritorio; Laura había olvidado guardarlo. ¡Qué casualidad divina! exclamó Carmen; y en seguida, ávidamente, se dispuso a leerlo. Adriana se sentó junto a ella, pero sus manos temblaban.

Después, dirigiéndose a Elena, que estaba escuchando con profunda atención, le preguntó: ¿Qué comprendes de todo esto, hija mía? Bajo la transparencia de su piel corrió la llama de rubor. La muchacha bajó los ojos sin responder; pero su cortedad divertía a Lacante, que insistió: Vamos a ver, dinos lo que piensas.

Le parecía, en aquel instante, por completo desconocido, como el de un nuevo alumno que asistiese por primera vez a su clase. Se le antojaba absurdo que aquella mujer fuera su esposa. Una idea nueva, súbita, turbó su cerebro trastornado. En voz baja, murmurando, dijo: ¿No sabes, Macha? ¡Soy un espía! ¿Cómo? Soy un espía. ¿Comprendes?

¡Bueno! ¡Empieza! Es a propósito... balbucea, es decir, me parece que... ¿qué piensas al respecto?... no puedes continuar durmiendo en esa cama espantosa, sobre un jergón... ¿Y si a me gusta dormir así? No me comprendes... murmura, cada vez más turbada; después... cuando... en fin, una vez que te cases...

¿Quién había de ser? ¿Pero qué interés tiene usted? ¿Qué interés? Tu ama ha robado su marido a la mía. ¿Comprendes ahora? Empiezo a comprender. Deberías haber empezado más pronto, ¡imbécil! Es verdad; no obstante, algo he hecho. ¿Qué has hecho? He comprado arsénico y le he dado un poco todas las noches. ¿De veras? ¡Palabra de honor! Debes de haberle dado muy poco. Tenía miedo de comprometerme.

Palabra del Dia

rigoleto

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