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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Marchaba detrás Narcisa, muy tiesa, con la cara verde y el traje amarillo; llevaba en el pecho una margarita blanca muy marchita. Le habían puesto en los labios un candado cruel y tenía en los codos dos bocas horribles, abiertas por sangrienta desgarradura de la carne en una explosión de sapos y culebras.
Los tres salieron, acompañados del pastor Lagarmitte, a quien se había nombrado trompeta, y del anabaptista Pelsly, persona grave, de amplia barba corrida alrededor de las mandíbulas, que iba con los brazos metidos hasta los codos en los enormes bolsillos de su túnica de lana gris guarnecida de broche de latón, y a quien la borla de su gorro de algodón le caía en medio de la espalda.
A propósito de estas tertulias. En una de ellas, estando Leto de codos al balcón del saloncillo, mientras Nieves tocaba adentro una melodía de Schubert, se dejó llevar distraído de la impresión que le causaba siempre la buena música, y particularmente la que le era conocida, y acabó por seguir a media voz el canto de la melodía.
Apagué la bujía, y de codos en la ventana me puse a contemplar el cielo. Era yo feliz, muy feliz. Mis labios quisieron pronunciar el nombre de Angelina, y sólo dijeron: ¡Matilde! La dulce niña de mi primer amor ocupaba todavía un lugar en mi corazón. Aquel recuerdo me llenó de tristeza.
Pero ya está casi bien, y desde hace un instante, de codos en ese balcón, tan entretenida que ni siquiera les ha oído llegar a ustedes.
Me arrojé sobre el desconocido, empujándolo con codos y rodillas; perdió el equilibrio; se agarró desesperadamente al borde de la portezuela, y yo seguí empujándole, pugnando por arrancar sus crispadas manos de aquel asidero para arrojarlo a la vía. Todas las ventajas estaban de mi parte. ¡Por Dios, señorito! gimió con voz ahogada . ¡Señorito, déjeme usted! Soy un hombre de bien.
Luego movía la cabeza con desaliento. Al asomarse de noche, aunque fuera con estas astucias, el enemigo, emboscado abajo, podía verlo, apuntándole con toda comodidad apoyados los codos en una rama o en una piedra, sin miedo a perder el tiro. Peor era aún echar el cuerpo fuera de la puerta y pretender bajar.
El señor subprefecto, embriagado de aromas, ebrio de música, pretende inútilmente resistir el nuevo encanto que le invade. Colócase de codos sobre la hierba, se desabrocha la hermosa casaca, y farfulla otras dos o tres veces: Señores y queridos administrados. Señores y queridos adminis... Señores y queridos...
Ayer en la noche, cerca de las nueve, me hallaba yo de codos en mi ventana abierta, cuando fuí sorprendido por una débil luz que se aproximaba á mi habitación á través de los sombríos caminos del parque, y en una dirección que no acostumbran traer las gentes del castillo. Un instante después llamaron á mi puerta, y la señorita de Porhoet entró jadeando. Primo me dijo tengo que hablar á usted.
En la cámara más apartada de esas regiones, y que forma como una al-cuba o media naranja de mil codos de travesía y cien mil de altura, se guardan las tiaras y cetros de los reyes antecesores de Daud, los solios de los antiguos reyes del Yemen, el arco y la maza de Nemrod, que eran de oro y carbuncos, los siete sellos de Soleimán, las coronas de los primeros Califas, y otros mil portentos y riquezas de los reinos del Sur y del Septentrión.
Palabra del Dia
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