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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Cubrió también de oro las salas. 10 Y dentro del lugar santísimo hizo dos querubines de hechura de niños, los cuales cubrieron de oro. 11 El largo de las alas de los querubines era de veinte codos; porque una ala era de cinco codos; la cual llegaba hasta la pared de la Casa; y la otra ala de cinco codos, la cual llegaba al ala del otro querubín.

Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, mientras hablaba, se había ido aproximando, de almohadón en almohadón, apoyándose en los codos. Casi estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente y fija.

17 Y la Casa, a saber, el templo adentro, tenía cuarenta codos. 19 Y adornó el oratorio por dentro en medio de la Casa, para poner allí el arca del pacto del SE

El doctor Lorquin, con las mangas de la camisa dobladas hasta los codos y una sierra corta, de tres dedos de ancha, en la mano, se hallaba ocupado en cortar una pierna al pobre muchacho, mientras que Despois manejaba una gran esponja. La sangre espejeaba en la cubeta; Colard estaba más pálido que la muerte.

Resuelto a no moverme porque tuviera que hacerlo toda la suerte, incliné la frente cargada como el cielo de nubes frías, apoyé los codos en mi mesa, y parecí tal, que cualquiera me hubiese reconocido por escritor público en tiempo de libertad de imprenta, o me hubiese tenido por miliciano nacional citado para un ejercicio.

Febrer permaneció mucho tiempo inmóvil en la roca, con los codos en las rodillas y la mandíbula en las manos, sumido en sus pensamientos, hipnotizados los ojos por el manso subir y bajar de las aguas palpitantes.

Otra brecha mayor aún acababa de abrir la muerte en su corazón. Cuando llegó á lo más alto se detuvo, apoyó los codos en la paredilla y metiendo la cabeza entre las manos permaneció largo rato en contemplación extática, con los ojos secos y fijos mirando quizás más á su alma dolorida que al cuadro que tenía delante. Una mano le tocó suavemente en el hombro.

Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va á arrimar el hombro á la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre con la más fraternal inteligencia del mundo.

1 El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro, la altura de la cual era de sesenta codos, su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.

El rostro varonil, expresivo, de Romadonga se contraía con sonrisa mefistofélica al pronunciar estas palabras. Se había sentado; puso los codos sobre la mesa con su habitual libertad y enviaba columnas de humo al aire, revelando un estado de beatitud envidiable. Mario reía; pero en el fondo de su alma estaba inquieto y molesto, como siempre que don Laureano hablaba delante de su esposa.

Palabra del Dia

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