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Actualizado: 5 de junio de 2025
Consistía esto en que tenía delante de sí un sobrino á quien no conocía, y del cual en toda su vida sólo había tenido dos noticias dadas de una manera tal que bastaba para meter en confusiones á otro menos receloso que el cocinero del rey.
Cambió de aspecto el lacayo al oír esta revelación; dejó su aspecto altanero y un si es no es insolente; pintóse en su semblante una expresión servicial y cambió de tono; lo que demostraba que el cocinero mayor tenía en palacio una gran influencia, que se le respetaba, y que este respeto se transmitía á las personas enlazadas con él por cualquier concepto.
«Mi última afirmación es la duda.... Se me hace cuesta arriba». Pero de todas suertes su ateísmo quedaba en pie; para negar a Dios con la constancia y energía con que él lo negaba, no hacía falta leer mucho, ni hacer experimentos, ni meterse a cocinero químico. «¡Mi razón me dice que no hay Dios; no hay más que Justicia!».
Cierto es que el cocinero mayor carecía de todo punto del valor suficiente para ponerse delante de Guzmán y decirle: Os voy á matar porque me habéis herido el alma. Montiño se estremecía de miedo al pensar solamente que podía verse en un lance singular con el sargento mayor. Pero Montiño tenía medios indirectos. El primer medio que se le ocurrió, fué el señor Gabriel Cornejo.
Quince ducados, señor. ¡Quince ducados! exclamó Francisco Montiño, metiéndose en un regateo que en aquellas circunstancias era un rasgo determinante del miserabilísimo carácter del cocinero ; ¿pues cuántas gentes han comido y bebido? Dos hidalgos, señor, cuatro criados... Basta... basta dijo el cocinero sacando de una manera nerviosa un bolsillo de los gregüescos ; tomad y adiós.
Hoy es una ruina, como los palacios de Medina-Azahara y los encantadores jardines de la Almunia. Sólo quedan algunos restos, que dan señales, que son como reliquias de la grandeza pasada; restos que un hábil cocinero arqueólogo pudiera restaurar, como ha restaurado Canina los antiguos monumentos de Roma.
Bien, bien dijo el cocinero mayor rindiéndose á discreción ; mi sobrino no vendrá aquí, le buscaré una posada... esto me costará el dinero... Dinero os hubiera costado, padre, el tenerme en el convento dijo Inés. Dinero te hubiera costado, Francisco mío, el enviarme á Asturias y el mantenerme allí dijo Luisa. A estas palabras, dictadas por una lógica rigurosa, no había nada que contestar.
Sin tener otra cosa que decir á vuecencia, quedo rogando á Dios guarde su preciosa vida. Misericordia, abadesa de las Descalzas Reales.» Ahora comprenderán nuestros lectores que, al leer esta carta Quevedo en la hostería del Ciervo Azul, la retuviese, saliese bruscamente y dejase atónito y trastornado al cocinero mayor.
Pero ¿dónde vais con ese ministro? dijo el portero. Montiño creyó que debía ser prudente y contestó sin vacilar: Es un amigo á quien convido. ¡Ah! dijo el portero creía... Venid, señor ministro, venid; vamos á las cocinas... Y subieron por unas escaleras. No hay como ser cocinero de su majestad para convidar á los amigos sin disminuir los ahorros se quedó murmurando el portero.
Juan Montiño empezaba á perder la paciencia; su tío interrumpía á cada paso su diálogo con él para acudir á cualquier nimiedad; se le iba, se le escapaba de entre las manos, y no le prestaba la mayor atención; pero si Juan Montiño hubiera podido penetrar en el pensamiento de su tío, hubiera visto que desde el momento en que había reparado en su semblante, el cocinero del rey había necesitado de todo su aplomo, de toda su experiencia cortesana para disimular su turbación.
Palabra del Dia
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