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Actualizado: 5 de junio de 2025


¡Pero se ha escapado robándome!... exclamó en una de sus acostumbradas salidas de tono el cocinero mayor. ¡Bah! consoláos; ya tendréis algún dinero empleado por ahí. No tengo ni un sólo maravedí... había pensado retirarme.

¿Pero ese difunto... ese difunto de que hablábais?... dijo Montiño levantándose. Ha sido un paje. ¡Ah! exclamó el cocinero ¡un paje!... , un paje que se ha comido las pechugas que habían quedado en los platos de la reina y del padre Aliaga. El padre Aliaga está perfectamente bueno exclamó con alegría el cocinero mayor. ¿Que está bueno el padre Aliaga?... ¡, acabo de hablar con él!

En la anterior concepción vastísima de la poesía, que á fin de que no choque demasiado á los que les coja muy de nuevas, declararé aquí que es de Aristóteles, entran todas las artes humanas, desde la del zapatero y la del cocinero, hasta las del escultor, el músico, el pintor y el vate más inspirado.

El teniente contestó que podíamos atacarlos y vencerlos, porque estábamos bien armados; pero no quería hacer una carnicería inútil, y que, si nos desembarcaban en cualquier punto, nosotros nos iríamos, dejando el tesoro de Zaldumbide. Poco después, el cocinero Ryp vino con la misma proposición; también quería las cajas de Zaldumbide.

Porque cada minuto que transcurría para él fuera de su casa, era un tormento para el cocinero mayor. Aturdido, no había meditado que necesitaba dar una disculpa á la madre abadesa, por aquella carta que la llevaba del padre Aliaga. Montiño no sabía lo que aquella carta decía; iba á obscuras. Esto le confundía, le asustaba, le hacía sudar.

Y los celosos desconfían de todo, y aun en el mismo sol ven sombras. El padre Aliaga hizo por lo mismo prender al cocinero mayor. Porque tenía celos. De modo que, el mísero de Francisco Martínez Montiño, estaba constantemente pagando pecados de otros.

Al seguir á don Juan de Guzmán y á la Dorotea, se encontró con el cocinero mayor del rey, que, pálido, lacio, mojado, á pesar del frío y de la lluvia, se dirigía en paso lento al palacio. Tras él venían dos hombres que traían harto mohínos un pesado bulto sobre dos palos, y cariacontecidos y atormentados detrás, dos soldados de la guardia española.

El cocinero de su majestad fué á avisar al excelentísimo señor duque de Lerma, que doña Ana de Acuña recibiría á obscuras al rey á las doce de aquella noche.

¡El sobrino del cocinero mayor! ¡el señor estudiante! ¡el señor capitán! ¡el embustero! ¡el mal nacido! ¿Pero qué granizada es esa, amiga mía? Debéis saberlo vos. Vos, que habéis formado la tormenta. ¡Pero yo me tengo la culpa! ¡Yo no debí recibiros! ¡yo debí conoceros! el que se atrevió á enamorarme en el convento cuando yo pensaba ser monja...

Al verse allí, el cocinero mayor sintió un vértigo horrible, parecióle que las luces se agrandaban, que se iban hacia él, que le rodeaban, que giraban, que subían, que bajaban, que se revolvían en un torbellino de fuego.

Palabra del Dia

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