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Sea como Dios quiera dijo Juan Montiño. La conversación había entrado en un terreno sumamente escabroso para el cocinero mayor. Sobrino le dijo , me es forzoso dejaros; ya es tiempo de servir la tercera vianda. ¿Dónde tenéis vuestra posada, á fin de que yo pueda veros? En ninguna parte, señor. ¡Cómo! ¿pues dónde habéis dejado vuestro caballo? En las caballerizas de su majestad. ¡Diablo!

Pero dejando esto... ¿dónde tiene su aposento el señor Juan Montiño? Ved que sale en persona dijo la vieja señalando una puerta que se abría, y tras la cual apareció el joven. ¡Ah! ¡mi buen sobrino! exclamó Montiño corriendo hacia él. ¿Cuánto pensará ganar con su sobrino el cocinero del rey, cuando tan bien le trata? dijo para si el bufón. ¿Y mi tío Pedro? dijo el joven con solicitud.

Yo conozco ese apellido y creo que le estoy oyendo nombrar todos los días; ¿no recordáis vos, Uceda? ¡Bah! Ese apellido es el del cocinero mayor de su majestad. El cocinero de su majestad es mi tío. ¡Ah!

¡Algunas empanadas de hostería de esas que no se digieren! exclamó Montiño con desprecio y picado en su calidad de cocinero. ¡Yo daré de almorzar á vuestro sobrino pechugas de ángeles! ¡Ah, ah!... ¡vos tenéis á vuestra disposición pechugas de ángeles!... Pero es el caso que yo necesito á mi sobrino, aunque sólo puedo darle pechugas de ánade.

Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor del rey. ¡Ah! en verdad que ese hombre es muy rico dijo el sargento mayor ; pero según pienso y por los informes que tengo, dentro de poco no podrá hacerte tales regalos. Es mucho lo que los celos entorpecen los sentidos dijo doña Ana ; el cocinero mayor, me ha dado, en verdad, esta joya, pero ha sido en nombre de más alta persona. ¡Del duque de Lerma!

Aldaba vió al mismo tiempo al cocinero mayor; pero sin turbarse ni asustarse se fué para él, le hizo una profunda reverencia y exclamó: Muchas gracias, señor Francisco, muchas gracias; no esperaba yo menos de vuestra caridad.

¡Ese hombre lo sabe todo! Ese hombre trabaja por su cuenta, es astuto, tenaz, y sabe aprovecharse de las debilidades, de los vicios, y aun de los crímenes de las personas que necesita. ¿Pero cómo sabe el bufón del rey?... ¿Que doña Ana os esperaba creyendo esperar al rey? Se lo ha dicho el cocinero de su majestad. Es necesario cerrar las bocas de esos dos hombres.

El negro y yo fuímos, en efecto, quienes después de robar cuanto pudimos en la barca Rosamaría de la que él era cocinero, asesinamos y despojamos al mercader flamenco en Belfast. Pronto estoy á que me enviéis allá, ante mis jueces. Poco mérito tiene esa confesión y no te valdrá.

En un rincón estuvo la pequeña capilla literaria cuyo pontífice fué el magnífico don Manuel Fernández y González. Allí escribió El cocinero de su majestad, y allí acudió la última noche antes de emprender el gran viaje... Las dos amplias salas de este viejo café de la Luna tienen el mismo aspecto de aquellos días.

Entraron, pues, en la cocina, donde los pinches, el cocinero y algunos mozos que allí estaban los examinaron con sorpresa. Hojeda ordenó que al instante frieran un par de chuletas: el cocinero, al saber de lo que se trataba, se puso a prepararlas con gran prisa; los pinches también desplegaron toda su actividad.