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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Esperamos al coche que volvía de Seviya, y el coche yegó. El compañerito, que tié unas manos de oro pa pará a cualquiera en er camino, le dio el alto al mayoral. Yo metí la cabesa y la carabina por la portesuela. Gritos de mujeres, yoros de niños, hombres que na desían, pero que paresían jechos de sera. Y yo dije a los viajeros: «Con ustés no va na.

En efecto, apenas habían dado algunos pasos las vieron a lo lejos en medio del campo. Sus elegantes siluetas se destacaban del fondo claro del cielo con líneas bien recortadas. Ambas se llevaban con frecuencia el pañuelo a los ojos. Juntáronse los hombres a ellas, y sin decirse una palabra volvieran lentamente en busca del coche. Marchaban mudos y cabizbajos.

El coche pasaba con la rapidez de una exhalación, y pronto dejó de oirse detrás el ruido de pisadas de caballos. Ya estaba clareando; nubarrones de plomo corrían a impulsos del viento, y en el fondo del cielo rojizo y triste del alba se adivinaba un pueblo en un alto. Debía de ser Viana.

Bonis había pasado una vez por allí, en coche, sin acordarse de sus antepasados. ¿Quién se habrá llevado el libro?

Su propósito era seguirlas; pero apenas pisaron la calle se metieron en el coche que estaba aguardando. No debió de quedarse tan triste ni asombrado aquel hidalgo de la leyenda que vio ante sus ojos pasar su propio entierro, como quedó don Juan mirando alejarse rápida mente la berlina Cristeta iba encogida y como acurrucada en el fondo del coche, medrosa por lo que acababa de hacer.

Es un equipaje completo; el cofre pesado que estaba en el armario está en el cajón del coche, y ésta es la llave; he puesto además un talego lleno de ducados y otro de doblones de á ocho en el mismo cajón. Bien, bien, Díaz; que esté todo dispuesto para marchar. Cuando salga yo con esa dama, cierra esta casa y vete; si pregunta alguien dónde estoy, responded que me he ido á caza.

Doña Paula, que había acompañado a su hijo hasta el portal, dijo con énfasis al cochero: A casa de don Pompeyo Guimarán... ya sabes.... , ... Dobló el coche la esquina; don Fermín corrió un cristal y gritó: Despacio, al paso. Miró la carta de Ana. Rompió el sobre con dedos que temblaban y leyó aquellas letras de tinta rosada que saltaban y se confundían enganchadas unas con otras.

No se enteraba de la persecución, y yo pasando la pena negra. ¡Ay hija, qué peligro tan grande! Siempre que salía, ¡pin!, me le encontraba. Yo no ... parecía que me olía como los perros huelen la caza. Una tarde que llovía, me cogió y casi a la fuerza me metió en su coche. Estuve a dos dedos del abismo, casi a dedo y medio; pero no, no caí. ¡Dios mío, qué hombre!, es absurdo».

Salió de allí verdaderamente aterrado, sin querer pararse con nadie, temeroso de que le preguntaran: «¿Habla Vd.?» Se marchó a pie sin esperar el coche, y por las calles se dijo a propio el más elocuente discurso que han oído Cámaras en el mundo. Pepe, al verle partir no pudo reprimir el gozo: ¡Ya lo creo que volveré a verla!

Montáron en coche Candido y Cacambo; los seis carneros iban volando, y en ménos de quatro horas llegáron al palacio del rey, situado á un extremo de la capital.

Palabra del Dia

crocus

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