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Uno de los obreros levantó la vista y le clavó una mirada indefinible de odio y desprecio. Cuando el mueble estuvo en su sitio, el duque mandó enganchar y se dirigió a sus habitaciones a quitarse el polvo. Poco después bajaba por la gran escalinata del jardín y montaba en coche, dando orden que le condujesen al hotel de su querida.

Por fin se violentó un poco para decir: «Esta tarde Romero Ortiz salió del ministerio a las cuatro, y al pasar en coche por la calle del Amor de Dios, vio a un amigo, paró el coche, el amigo entró, y fueron...». ¿Pero quién era el amigo? Todo no se ha de decir... Pues bien; allá va: era el pollo Romero. Fueron... esta que es gorda... a casa de D. Antonio Cánovas... Madera Baja, 1.

Todo el mundo anda en coche cuando se ve obligado a salir, y el pueblo tiene por vehículo un burrito microscópico, sobre el cual el jinete va sentado, con los pies apoyados en el pescuezo y animándolo con un pequeño palo cuya punta, ligeramente afilada, se insinúa con frecuencia en el anca escuálida del bravo y paciente cuadrúpedo.

Ayudome a conducir al pobre Carlos a su coche, y entonces recobró el uso de sus sentidos. Cuando supo lo que acababa de hacer, dijo: Te debo dos veces la vida; olvidemos la primera, y no pensemos más que en el porvenir.

Cinco o seis horas duró esta carrera en coche, después de las cuales el cochero volvió a llevarme triunfalmente al patio de la Grappe-Bleue, haciendo restallar su látigo, orgullosísimo de haberme enseñado a Munich.

Estamos obligados a andar a caballo una vez cada mes, aunque sea en pollino por las calles públicas; y obligados a ir en coche una vez en el año, aunque sea en la arquilla o trasera.

Al llegar a las curvas, el viejo landó se torcía y rechinaba como si fuera a hacerse pedazos. La superiora y Catalina rezaban; el demandadero gemía en el fondo del coche. ¡Alto! ¡Alto! gritaron de nuevo. ¡Adelante, Bautista! ¡Adelante! dijo Martín, sacando la cabeza por la ventanilla. En aquel momento sonó un tiro, y una bala pasó silbando a poca distancia.

Deseando ella cortar la entrevista, fingió ceder, y dirigiéndose hacia el sitio donde el coche la esperaba, echó a andar diciendo: Bueno..., ahora déjame..., procuraré que nos veamos, cuando pueda ser..., pero mismo te persuadirás de que no debemos..., sería indigno de nosotros...; por piedad, déjame marchar, que es tarde.

Yo le conozco a usted hace mucho tiempo manifestó el peluquero con la misma voz apagada y sin dejar de sonreir. ¡Oh, , hace mucho tiempo! Usted no me conocerá... ¡Claro! los señoritos no acostumbran a fijarse en nosotros. Le tengo visto muchas veces por ahí a caballo y en coche... y también a pie. En los bailes de las Escuelas le veo a menudo. Baila usted muy bien, señorito, ¡muy bien!...

Había llegado a la entrada del camino del Cementerio, y aquellas bestias que casi le atropellaban eran los jacos huesosos, antipáticos y enfermizos que tiraban de un coche fúnebre. El tétrico conductor, con su librea negra y mugrienta, pasó, rociando de injurias al distraído y amenazándole con su látigo. Juanito apenas si pudo verle.