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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Doña Carmen y Javier estaban al lado de Clotilde, para quien se había dispuesto en la sala de descanso una butaca. Julia y Ruiloz paseaban calladamente, yendo y viniendo desde los almacenes de mercancías hasta el depósito de agua, que servía como de abrevadero a las locomotoras.
Clotilde contestó que no era bondad de su parte el trabajar porque el drama se representase, sino un acto de justicia. El joven dijo que le halagaba muchísimo esa idea, porque el inmenso talento de Clotilde y el acierto de sus juicios estaban bien reconocidos por todos, pero que no osaba forjarse tal ilusión.
Todo el mundo se alegraba, porque Clotilde es la única artista desde el principio del mundo, que ha llevado a cabo la empresa, hasta ahora juzgada insuperable, de hacerse querer de sus compañeras.
Calla y duerme repuso aterrada, pareciéndole que evocar lo pasado era incitarla al delito. A las cuatro y media, cuando empezaba a despuntar el día, Clotilde llamó otra vez. Julia, con mano firme y pulso seguro, le dio la cantidad que debía del líquido contenido en el frasco grande, y esperó... ¿Vendría la agitación esperada y temida por el doctor?
La tentación no había hecho presa en su alma, y sin embargo, todo su cuerpo temblaba, no por miedo al delito, sino sólo ante la facilidad de poder ejecutarlo. Te tiembla la mano dijo Clotilde con voz débil al tomar el vaso. Tengo frío repuso Julia. Y llena de espanto pensó en cuál otro y cuán distinto sería su temblor si hubiese aceptado la idea del crimen.
Aquel odio hacia Clotilde que Julia no podía encubrir ¿era expresión más o menos exagerada de desprecio y superioridad, o era el rencor de un alma a quien se habían cerrado las puertas de la dicha? En una palabra, ¿habría Julia sentido por Molínez un amor tibio y pasajero, ya extinto, o una de esas pasiones que en la adversidad se exacerban y llenan toda la vida?
Dio comienzo el acto segundo. Clotilde tenía algunas escenas patéticas: al comenzarlas se produjo un poco de ruido en el público y esto bastó para que se desconcertase y lo hiciese rematadamente mal, como nunca lo había hecho en su vida. Oyéronse no pocas toses y fuertes murmullos de impaciencia.
La contestación decía: «Señorita Clotilde Iraola, Callao, 925. Capital. ¡Te engañas! Es que mi pensamiento se ha quedado en ti, renunciando a existir en otra forma, y soy por eso eternamente tuyo. Melchor.» Cuando Melchor regresó a la mesa, preguntó al sentarse: ¿De qué hablaban? ¡Ahora la curiosidad es tuya! respondiole Ricardo. Es que a mí me interesa todo lo que ustedes hablen.
Clotilde lo aceptaba de buen grado: ella tan desdeñosa con los autores más eminentes, se estiraba y se encogía ahora como blanda cera en las manos de este muñeco insulso. Era de ver la humildad con que aceptaba sus correcciones, y la inquietud que la causaban las censuras: mientras duraba el ensayo tenía los ojos puestos constantemente en él, espiando como esclava sumisa los deseos de su dueño.
Lo que V. desea saber es... la situación de la señorita Julia en la casa, el por qué no se lleva bien con la señorita Clotilde y con su marido; en fin todo lo que pasa. Cabal. Va V. a salir de dudas. La señorita Julia es sobrina carnal de doña Carmen, hija de una hermana suya que murió hace quince años. La ha criado como a su propia hija, que es de la misma edad, poco más o menos.
Palabra del Dia
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