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Actualizado: 15 de mayo de 2025
En nuestro siglo que marcha tan aprisa, y en esta época en que las construcciones para ser buenas han de exigir poco tiempo, se ha levantado en Santa Clotilde un templo gótico puro, sin mezcla de gustos ni estilos. Es una iglesia bellísima y digna de ser vista: acaba de ser terminada y entregada al culto público.
Ahora bien: como Clotilde, la madre de Inesita, las tías y las hermanas de ésta son partidarias decididas de que la muchacha se case con Carlitos, héme metida en un conflicto, pues comprenderá usted que el fuero de familia me compele y obliga a pesar de mi carácter poco dado a la lucha a defender a mi cuñado en una pretensión que juzgo justa.
Pues yo protejo a toda su familia. Si no fuera por mí, ya estarían fundidos. Cierto que Clotilde y sus hermanas, las tías de Inesita, me corresponden, haciendo cuanto pueden por vencer la resistencia de la muchacha y arreglar esta boda en que se halla comprometido mi amor propio y el de toda mi familia. Ningún Nuezvana ha sido nunca desdeñado en la sociedad de Buenos Aires.
Clotilde se confesó conmigo, declarándome que estaba perdidamente enamorada; que sus aspiraciones ya no tenían nada que ver con el arte escénico, el cual le parecía una esclavitud insoportable; que su ideal era vivir tranquilamente, aunque fuese en una guardilla, unida al hombre que adoraba; que la mujer había nacido para ser el ángel custodio del hogar y no para divertir al público, y que estimaba ella más el reinar en una humilde vivienda iluminada por el amor que todos los aplausos de la tierra.
En una palabra, Ruiloz iba a penetrar en el alma de Julia: si ésta procuraba la muerte de Clotilde, era señal de que seguía enamorada de Javier, o de que sin amarle era rencorosa hasta la perversidad, e indigna de ser querida; si lo contrario, demostraría primero que su corazón era incapaz de venganza, y tal vez que su amor a Javier era sentimiento extinguido.
Clotilde declaró que había muchas reputaciones usurpadas en el mundo y que una de ellas era la suya, pero que en esta ocasión creía estar en lo firme.
Total; nos quedamos en Madrid el administrador, la señorita Julia y yo, pasando todo el verano vigilando a los operarios. La señorita Julia comprendió que debía dar este gusto a doña Carmen... y de ahí nació todo. ¿Y qué tiene eso que ver?... ¿No lo adivina V.? Doña Carmen y la señorita Clotilde se fueron con una doncella, nosotras nos quedamos y... aquí entra lo feo.
Pues V. está enamorado de la señorita Julia; V. ha comprendido que en la casa pasa o ha pasada algo muy gordo, como vulgarmente se dice, y quiere enterarse... naturalmente, un hombre tiene derecho a saber lo que puede importarle. Y esto que V. dice, ¿lo sospecha también doña Carmen? A mi señora no se la escapa nada. ¿Y doña Clotilde y su marido?
Creo que está desesperado, que ya no se pone agua de lino en la cabeza, ni siquiera se peina. ¡A lo que ha venido a parar el rey de los cipreses! ¡Qué destronamiento terrible! Pues aquí me tienes luchando con todos, con Clotilde, con sus hermanas, con misia Melchora... ¡Pobre misia Melchora! Para su orgullo es un golpe terrible. ¡Hijita, los Nuezvanas lo llenan todo en Buenos Aires!
Cuando quería dormir se extendía en aquella misma butaca, y apoyada en varios almohadones, lograba conciliar el sueño. Una lámpara muy lujosa, llevada de Madrid, iluminaba el gabinete, mientras Clotilde estaba desvelada, encendiéndose en su lugar, cuando quería dormir, una bujía puesta en el suelo y tapada con una manta colgada entre dos sillas.
Palabra del Dia
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