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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Á la espalda la bien provista aljaba de cuero y el arco de combate, arma la más terrible y mortífera de las conocidas hasta la fecha y pendiente del cinto la espada, el hacha ó la maza, según la elección de cada cual.
El caminante de la izquierda era un veterano robusto y de atezado rostro, con espada al cinto y largo arco á la espalda; el abollado capacete y los desteñidos colores del león de San Jorge que llevaba cosido en el coleto no dejaban duda sobre la procedencia del soldado, cuyo aspecto todo denotaba sus recientes campañas.
Pero de todos modos una hora después lanzaban a un coche descubierto sus flamantes personas, calzados de botas, poncho al hombro y revólver 44 en el cinto, desde luego repleta la ropa de cigarrillos que deshacían torpemente entre los dientes, dejando caer de cada bolsillo la punta de un pañuelo.
En los jardines había naranjos enanos, con más naranjas que hojas; y peceras con peces de amarillo y carmín, con cinto de oro; y unos rosales con rosas rojas y negras, que tenían cada una su campanilla de plata, y daban a la vez música y olor.
Muchas de ellas llevan al cinto enormes machetes "paraguayos", y su aspecto resulta entre cómico y repulsivo. El predominio sobre una de estas mujeres ha costado en distintas ocasiones derramar mucha sangre, pues los Jefes que no tienen "costilla", quieren á toda costa conseguir una "mitad", aunque ésta sea ajena. Los espías están en todas partes.
Venid, arquero; ya podéis despediros de vuestro cobertor, y por lo menos de un par de huesos que voy á romperos contra el suelo. Eres todo un hombre, cabeza roja, exclamó el arquero con gran risa, poniendo á un lado su jarro y apretando el ancho cinto de cuero. Esperad, un momento, dijo un montero.
Pero oye, amigo ¿tan vacía está tu bolsa? Porque en tal caso, mientras entramos en el primer campo, castillo ó villa de Francia, aquí llevo yo mi vieja escarcela de cuero al cinto y no tienes más que meter en ella la mano. Ya sabes que entre hermanos de armas no hay tuyo ni mío. No, amigo; aquí ni dinero se necesita.
Más de veinte infelices sin gorra, sin cinto, sin caperuza, pasaban ahora abrumados de vergüenza y sosteniendo en la mano una vela amarilla sin encender. Eran los que habían abjurado de sus errores y serían reconciliados ante el altar. Casi todos lloraban, postrándose a los pies de los religiosos que iban con ellos, o besándoles las manos y el sayal con profundos gemidos.
Viéndole surgir á un lado del camino, don Carlos encabritó su caballo, sacando al mismo tiempo el revólver del cinto. Después, al reconocerlo, echó pie á tierra. No llegaba á explicarse Watson esta aparición del estanciero, pues él había dirigido su aviso á los amigos de la Presa. Además, le veía llegar solo. ¿Dónde están los otros? preguntó .¿Ha visto usted á Robledo?
El gaucho conocía su deber, y se apresuró á cumplirlo. Con el sombrero en la mano, rezó todas las oraciones que guardaba en su memoria desde la niñez. «¡Pobre difunta Correa!...» Luego buscó en su cinto, á través de diversos objetos, el pañuelo anudado en cuyo interior guardaba toda su moneda. Sacó á luz lo que poseía. Únicamente le quedaban tres pesos con algunos centavos.
Palabra del Dia
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