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A la vez que Ramiro dejaba caer estas palabras, don Alonso observó, con inquieta curiosidad, la daga sarracena, recubierta de pedrería, que el mancebo llevaba en el cinto, y, sin poder dominar su sorpresa, tomándola por fin en su mano, exclamó: Donoso puñal. ¿Es acaso algún arma de los agüelos? No, señor.

Habían de luchar con la maraña de la vegetación, la inmensidad del pantano, la ponzoña de insectos y reptiles y la maldad de los hombres. Con el revólver al cinto presidían el trabajo de centenares de peones de todas razas y nacionalidades.

Era el tal Isacar el hebreo mas vinagre que desde la cautividad de Babilonia se habia visto en Israel. ¿Qué es esto, dixo, perra Galilea? ¿con que no te basta con el señor inquisidor, que tambien ese chulo entra á la parte conmigo? Al decir esto saca un puñal buido que siempre llevaba en el cinto, y creyendo que su contrario no traía armas, se tira á él.

10 y parando nosotros allí por muchos días, descendió de Judea un profeta, llamado Agabo; 11 Y venido a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.

Así la mesita de hierro por las patas y la levanté poniéndola ante a manera de escudo que me protegía por completo cabeza y pecho. Aunque pesada, no lo era mucho para un hombre de mis fuerzas. Antes había colgado del cinto la linterna y puesto el revólver en un bolsillo, bien al alcance de la mano.

¡Por los clavos de Cristo, protejedme, buen caballero! exclamó en aquel punto el del crucifijo, poniéndose de rodillas y tendiendo las manos en ademán suplicante. Cien doblas tengo en el cinto y vuestras son si matáis á mi verdugo. ¿Cómo se entiende, tunante? ¿Pretendes comprar con oro el brazo y la espada de un noble?

Y alargó al mismo tiempo su mano a Tristán que la estrechó tiernamente. Ya estoy encañonado, y por lejos que me vaya el tiro de Clara me alcanzará. ¡Oh, si supieseis qué lejos he disparado a uno de estos ánades! y mostraba los dos que traía colgados al cinto . Una verdadera casualidad que haya caído... Del lado de allá de la charca grande Fidel levantó los dos. ¡Pan!

El lazo había aprisionado, efectivamente, el grupo que formaban Manos Duras y Celinda, arrollándose en torno á sus cuerpos. Luego los dos cayeron de espaldas bajo el rudo tirón. Cesó el gaucho de retener á Celinda para valerse de las dos manos, y estando todavía en el suelo extrajo su cuchillo del cinto, partiendo la cuerda que le sujetaba.

Diez chinos medio desnudos, que llevaban al cinto largos cuchillos ligeramente curvados para defenderse, en caso de necesidad, de los peces-perros, que abundan en aquellas aguas y que son tan aficionados a la carne humana como los antropófagos de la costa septentrional de la Australia, bajaron a la chalupa a una orden del viejo marinero, llevando en la mano izquierda una especie de red capaz de contener muchas olutarias.