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Actualizado: 11 de julio de 2025
Afortunadamente, ignoraba que era él quien había favorecido con su ayuda á los asesinos de su hijo... Y la convicción de que nunca llegaría á saberlo le hacía admitir sus palabras con una humildad silenciosa: la humildad del criminal que se oye acusar de un delito por un juez que ignora otros atentados todavía mayores. Cinta terminó de hablar con un tono desalentado y sombrío.
Mientras cantaban las fuentes en Versalles entre ninfas de mármol, y los caballeros de Luis XIV mariposeaban, con sus trajes multicolores, impúdicos como paganos, en torno de las bellezas pródigas de sus cuerpos, la corte de España, vestida de negro, con el rosario al cinto, asistía al quemadero y se ceñía la cinta verde del Santo Oficio, honrándose con el cargo de alguacil de los achicharradores de herejes.
Día vendrá que el nombre de Rosas sea un medio de hacer callar al niño que llora, de hacer temblar al viajero en la obscuridad de la noche. Su cinta colorada, con la que hoy ha llevado el terror y la idea de las matanzas hasta el corazón de sus vasallos, servirá más tarde de curiosidad nacional que enseñaremos a los que de países remotos visiten nuestras playas.
Di la vuelta por la curva, pensando lo que acababa de ver en Buenavista, la cinta negra enroscada en el edificio... Figueras salió por la escalerilla del reloj, y me dijo: «Usted qué cree, ¿habrá trifulca esta noche?». Y le respondí: «Váyase usted tranquilo, maestro, que no habrá nada...». «Me parece dijo con socarronería que esto se lo lleva Pateta». Yo me reí.
Por último, en Diciembre de 1795, Paz se casó con un pariente viejo y fastidioso, que cometió el singular despropósito de morirse á los siete días de casado, dejando á su mujer más gruesa, pero no en cinta.
Rosas a los veinte años reviste al fin la ciudad de colorado: casas, puertas, empapelados, vajillas, tapices, colgaduras, etc., etc. Ultimamente consagra este color oficialmente y lo impone como una medida de Estado. La historia de la cinta colorada es muy curiosa.
Bien decía yo que no había de faltar. ¡Eh!, muchachos, aquí lo tenéis. Todo el grupo rodeó en un momento á Lázaro. Es el que habló anoche. ¡Bien por el pico de oro! dijo uno, agitando su gorra. Que venga con nosotros; nombrémosle capitán dijo Tres Pesetas, que se había erigido en alférez y llevaba una cinta amarilla en la manga.
Inmediatamente después separó las manos sin que opusiera resistencia la cinta que las ataba, y cerrando ambos puños se frotó con ellos los ojos, como es costumbre en los niños al despertarse. Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzo alguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á la vista, no podía oírse.
La calma que le rodeaba hizo inverosímil cuanto había presenciado. De pronto vió moverse algo en el último término del camino, en lo más alto de la cuesta, allí donde la cinta blanca tocaba el azul del horizonte. Eran dos hombres á caballo, dos soldaditos de plomo que parecían escapados de una caja de juguetes.
Reconoció la primera reja por donde había hablado la noche anterior con Esperanza; vió sobre ella el mirador con celosías, y arrancándose una cinta del traje, la ató en un hierro; después, llegó á la última reja, y esperó. Pero tuvo que esperar muy poco, porque Esperanza, que ya le esperaba, abrió al momento el postigo de la reja. ¡Ah! ¡buenas noches! dijo la joven ; os esperaba con impaciencia.
Palabra del Dia
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