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Actualizado: 9 de julio de 2025


Celestina, desesperada, se acercó al lecho de su padre, lloró otra vez, de rodillas, con la cabeza hundida en el flaco jergón, mientras don Santos repetía con voz pausada, débil, que tenía una majestad especial, compuesta de dolor, locura, abyección y miseria: ¡Mojigata, sal de mi presencia!

Celestina, la hija de Barinaga, era una beata ofidiana, confesaba con don Custodio y trataba a su padre como a un leproso que causa horror. El bando del Arcediano y del beneficiado había querido sacar gran partido de la situación del infeliz don Santos para combatir al Magistral; para ello conquistaron a Celestina; pero Celestina no pudo conquistar a su padre.

Si la tomo... ahí se pudrirá en la tienda.... El Provisor les prohíbe comprar aquí... Ellos, los pobrecitos curas de aldea... ¿qué han de hacer?... ¡Infelices!... Le temen... le temen.... ¡Infame! ¡Infelices! Y don Santos se incorporó como pudo, inclinó la cabeza sobre el pecho, y lloró en silencio. Y repetía de tarde en tarde: ¡Infelices!... Celestina salió de la alcoba sollozando.

Por la tarde han venido a vernos todas nuestras amigas, con gran satisfacción de Celestina, orgullosa de ver tanta gente. Hay aquí más visitas que en casa del alcalde decía. Francisca ha estado a punto de tener otro pique con la Bonnetable, a la que se obstina en contrariar en todo; pero la abuela lo ha evitado dos veces, cortando la palabra a la incorregible niña mimada.

Oigo a Celestina murmurar algo sobre San José, y comprendo. Aquella mujer, ferviente del celibato, está ya al corriente de la historia de la oración de la abuela y protesta a su modo. ¡Dichoso país, donde las noticias se propagan con tal facilidad! Verdaderamente, nos sobra el teléfono. Esta tarde, en las vísperas, había poca gente, a pesar del atractivo de un predicador forastero.

La abuela va con frecuencia a casa de la Ribert, el padre Tomás viene a la nuestra, Genoveva aparece y desaparece y me envía amables sonrisas, y Celestina afecta cierto aire de discreción... Con tal de que no piensen otra vez en casarme... ¡Oh! no, no estoy para entrevistas... No he podido menos de dar parte a Francisca de mis temores, y me ha animado a la resistencia.

Se llegaba a olvidar del chiquillo que tenía entre las sábanas, y no quería enseñarlo a nadie, ni a su padre, por no revolverse ella y coger frío. Bonis no podía ver a su hijo sino en las ocasiones solemnes de mudarlo doña Celestina. De hora en hora lo cambiaba.

Francisca no es seria exclamó Celestina, que iba a arreglar el fuego de la chimenea, y aprovechó la oportunidad para mezclarse en la conversación. ¿ qué sabes? dije descontenta. lo que respondió Celestina con la dignidad de los grandes días. Una señorita que no habla más que de casarse, no es una señorita seria... Cállese usted, Celestina replicó la abuela.

no entiendes nada de eso, hija mía. Celestina no dijo palabra, muy ofendida por la observación de la abuela. Vi, en efecto, por su mirada despreciativa y por su labio en forma de pila de agua bendita, que las personas que hablaban de matrimonio eran sospechosas para ella; tan sospechosas, que tomó el partido de volvernos la espalda sin más ceremonia.

A las ocho se sacó a Celestina de la «casa mortuoria» y el cuerpo, metido ya en su caja de pino, lisa y estrecha, fue depositado sobre el mostrador de la tienda vacía, a las diez. No volvió a parecer por allí ningún sacerdote ni beata alguna. Mejor decía don Pompeyo, que se multiplicaba. Para nada queremos cuervos exclamaba Foja, que se multiplicaba también.

Palabra del Dia

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